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Actualizado: 8 de septiembre de 2024
Espesos muros la rodeaban. Ni un eco del bullicio exterior, ni una nota escapada al concierto de la Naturaleza, ni una palabra desprendida de labios de los hombres, lograban traspasar el espesor de los sillares de pórfido y conmover una onda del aire en la prohibida estancia. Religioso silencio velaba en ella la castidad del aire dormido.
Por ejemplo, una gran cruz... Los que la lograban tenían tratamiento de Excelencia. Si su padre fuese un Excelentísimo Señor, perdería aquel carácter de comerciante en bacalao, que a ella le crispaba. ¿Y por qué no se la habían de dar? A un personaje de tal magnitud como el Duque no le costaba mucho trabajo conseguirla.
Los jóvenes se apresuraron a ayudarlas; pero lo hicieron con tal ardor que no lograban más que asustarlas y ponerlas nerviosas. Hubo en tan memorable ocasión un verdadero derroche de rubor, de gritos, de risas maliciosas y de frases más o menos felices. Gustavo Núñez, en su calidad de escudero de la señora de Reynoso, hizo lo posible por llenar a conciencia su cometido.
Desgraciadamente, la débil salud del Rey y las enfermedades cerebrales que continuamente padecía, hacían temer por su vida y por su razón; dominábale una melancolía que no lograban disipar los cuidados y la ternura de su joven esposa la princesa María Teresa de Portugal, de quien era sinceramente amado.
Cortos eran los réditos del caudal de Moscoso que no se deslizaban de entre los dedos temblones de fray Venancio a las robustas palmas del tutor; pero si lograban pasar a las de doña Micaela, ya no salían de allí sino en forma de peluconas, camino de cierto escondrijo misterioso, acerca del cual iba poco a poco formándose una leyenda en el país.
Las mujeres señalaban con un dedo los ventanales de colores, los rosetones de las portadas, los guerreros dorados del reloj de la puerta de la Feria, las tuberías de los órganos, y quedaban inmóviles, con la boca abierta, en estúpida contemplación. El perrero, con sus vestiduras rojas, les parecía un príncipe, y turbados por el respeto, no lograban comprender sus palabras.
Barbaruelo y Cabezudo acordaron enviar cada cual una comisión á Animalejos para ver si por la intercesión del tío Traga-santos, á quien habían dado tanta limosna para reedificar la ermita, lograban de San Isidro que á su vez intercediese con Dios para que no cayera gota de agua y para que cayera á cántaros, y ambas comisiones se dirigieron casi simultáneamente á Animalejos.
Su rostro cetrino se coloreó con una aurora alegre. «¡Al diablo la muerte y sus miedos! ¿Iba un hombre honrado a pasar la existencia entera temblando por su llegada?... Podía presentarse cuando lo tuviese a bien. ¡Mientras tanto, a vivir!...» Y manifestó esta voluntad de vida durmiéndose en un poyo, con sonoros ronquidos que no lograban asustar a las moscas y avispas revoloteantes en torno de su boca.
Fuéle facil á Montano hacer creer como verdaderos los falsos entusiasmos de su imaginacion á Prisca y Maxímilla, que por el sexo, y falta de instruccion, lograban una imaginacion fuerte, y la razon flaca. Tuvo Tertuliano la imaginacion muy fuerte y vehemente, y no la acompañaba un juicio de los mas sólidos; y recibiendo en su fantasía los errores de Prisca, no supo enmendarlos.
Y en este ejercicio duró, sin interrumpirle, hasta lo último de su vida; porque la esperanza del bien y frutos que veía se lograban en aquella su infatigable tarea, se la hacía no sólo tolerable, sino suave.
Palabra del Dia
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