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Así como no se explicaba fácilmente por qué el descrédito había sido tan grande y en tan poco tiempo, tampoco ahora podía nadie darse cuenta de cómo en pocas horas el espíritu de la opinión se había vuelto en favor del Magistral, hasta el punto de que ya nadie se atrevía delante de gente a recordar sus vicios y pecados; y no se hablaba más que de la conversión milagrosa que había hecho.

Gracias a la milagrosa y pródiga protección del diputado, el distrito se empobrece, en vez en enriquecerse, y se transforma en una nidada de holgazanes y de ineptos. Vea V. por lo que yo, de puro amor al distrito, no quiero darle diputado hábil, como el que tenemos ahora; no quiero darle diputado que tanto turrón busque y reparta.

Las paredes del templo, si bien blanqueaban sin mácula por el reciente enjalbiego, se veían en parte cubiertas de rojo damasco, aunque el damasco era poco, y era más el filipichín que lo remeda. A ambos lados del altar de Santo Domingo admiraban los fieles multitud de exvotos, claro testimonio de la potencia milagrosa de su celestial abogado.

El tribuno Claudio lleva á Crisanto á un templo de Hércules para ofrecerle sacrificios. El cristiano lo rehusa, siendo condenado por su negativa á sufrir los más horribles martirios; pero su cuerpo, por obra milagrosa, resiste incólume á todos los tormentos, é impresiona de tal modo á Claudio y á los soldados, que todos reciben el Bautismo.

Dimmesdale en aquel momento. Todo el tiempo que estuvo mirando al zenit, tenía la plena conciencia de que Perla estaba apuntando con el dedo en dirección del viejo Rogerio Chillingworth, que se hallaba en pie no muy distante del tablado. El ministro parecía verle con la misma mirada con que discernía la letra milagrosa.

Las mujeres le narraban, sin perdonar detalle, las grandes enfermedades de que las había salvado la imagen milagrosa. Sus entrañas dolorosamente quebrantadas por la maternidad se habían tranquilizado después de varios emplastos de hierbas de la Cordillera y de la promesa de asistir á la procesión del Cristo de Salta.

Vio Rafael cómo cautelosamente salía de su casa el ermitaño, un rústico que vivía de las personas que visitaban aquellas alturas. Atraído por el aspecto de la desconocida señora se presentaba a saludarla ofreciéndola agua de la cisterna y descubrir en su honor la milagrosa virgen. Volviose la señora para contestar al ermitaño, y entonces pudo contemplarla Rafael con toda tranquilidad.

En ese momento me di cuenta de que tenía agotadas las fuerzas. Aquella milagrosa organización se defendió de ella misma. No se lamentó. No confesó nada que pudiera delatar debilidad. Reconocerse impotente y desanimada era ponerlo todo en manos del azar, y el azar le causaba miedo como el más incierto de todos los auxiliares, el más pérfido, acaso el más amenazador.

Cómo tuvo lugar aquella pesca milagrosa no se sabe; sin duda, el pretendiente, que era pobre, olfateó la herencia en un día de vagancia, como los perros hambrientos que huelen la carne de lejos, y se plantó en la esquina y rondó la casa e hizo todas las tonterías que en semejantes casos se hacen, pero no entró en la fortaleza, porque estaba bien guardada.

Creyó que caía con milagrosa regresión en el mundo anterior á la guerra; que todas las cosas que afligían á la humanidad quedaban al otro lado de la puerta, como queda una acción dramática, falsa pero emocionante, sobre el escenario de un teatro que abandonamos.