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Actualizado: 23 de junio de 2025
Mientras las muchachas se entretenían en hilar, la madre contaba al hijo, por la milésima vez, la tradición de su familia. Esta no es un secreto, y bien puedo darla a conocer a mis lectores, que la hallarán relatada con extensos y curiosos pormenores en el importante libro que con el título Anales del Cuzco, publicó mi ilustrado amigo y compañero de Congreso don Pío Benigno Mesa.
De los primeros en llegar era el insigne portugués don Raimundo, después de dar una regular batida por las aceras del Cabildo y del Palacio de Gobierno, tarea que llevaba a cabo con el arte de un consumado polizonte; llegaba malhumorado, porque él decía repugnarle en extremo esta caza cotidiana al deudor olvidadizo, verse obligado a acechar a cada uno, correr detrás, cogerle por los faldones y recordarle por la centésima vez, por la milésima vez que en tal fecha le hizo tal préstamo, y esto todos los días, y siempre sin resultado.
El proceso de evolución cerebral que asciende en los vertebrados desde el pez sin las células de la memoria, y para el que todo es imprevisto aunque ocurra por la milésima vez, hasta el hombre con las células del raciocinio, se prolonga en el segundo desde el salvaje primitivo, con inteligencia rudimentaria, hasta el inventor, el filósofo, el artista y el astrónomo de nuestros días, que puede predecir para millares de años los inofensivos eclipses que aterrorizaban a nuestros ignorantes antepasados.
De estos, apenas la milésima parte de su fuerza es empleada por la industria; sus aguas, en vez de ramificarse por los campos en canales fecundos, son, al contrario, encajonadas en diques laterales y detenidas inútilmente en su cauce.
El padre Océano desconocía la existencia de los infusorios humanos que osaban deslizarse por su superficie en microscópicos cascarones. No se enteraba de los incidentes que podían desarrollarse en el techo de su vivienda. Su vida continuaba equilibrada, calmosa, infinita, engendrando millones de millones de seres por milésima de segundo.
El pantalón de mahón, que Rosa Mística había lavado por milésima vez, pasándolo por agua de paja que, por desgracia, no era el agua de Juvencio, se había encogido de tal modo que apenas le llegaba a media pierna. Las charreteras se habían puesto de color de cobre. El tricornio, cuyo erguido aspecto no habían podido alterar ocho lustros de duración, ocupaba dignamente su elevado puesto.
Ignorando la inmovilidad del centro en torno del cual rodaban, creían con la mejor buena fe que el movimiento era de avance. «¡Cómo corremos! ¿Adonde iremos a parar?» Y Febrer sonreía, apiadado de su simpleza, viéndolos ufanarse de la rapidez de su progreso, cuando estaban en el mismo sitio, de la velocidad de una ascensión que emprendían por milésima vez y había de ser seguida fatalmente por el descenso cabeza abajo.
Una parte del tiempo, no poca en honor de la verdad, la pasaban dormidos en sus rincones acostumbrados, con las sillas reclinadas contra la pared, despertando sin embargo una ó dos veces al mediodía para aburrirse mutuamente refiriéndose, por la milésima vez, sus viejas historias marítimas y sus chistes ó enmohecidas jocosidades que ya todos se sabían de memoria.
Por milésima vez, don Alejandro dirigió la mirada hacia el ángulo de la estancia, y se extremeció al ver que el cofre se hallaba abierto. La pesada tapa descansaba contra el muro, dejando ver el vetusto y complicado mecanismo de su cerradura. Mucho tiempo permaneció el anciano sin poder apartar de aquel sitio los espantados ojos.
La opinión exige que, si el hecho es cierto, las autoridades tomen cartas en el asunto. El clérigo que se ha propasado esta vez, parece ser el Padre R..., casi desconocido, por haber llegado a Madrid hace poco tiempo. Veremos qué resultado ofrece esta milésima edición de semejante atrevimiento.»
Palabra del Dia
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