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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Era gente severa y dura, hasta el extremo de que habrían contemplado su muerte, si tal hubiera sido la sentencia, sin un murmullo ni la menor protesta; pero no habrían podido hallar materia para chistes y jocosidades en una exhibición como esta de que hablamos: y dado caso que hubiese habido alguna disposición á convertir el castigo aquel en asunto de bromas, toda tentativa de este género habría sido reprimida con la solemne presencia de personas de tanta importancia y dignidad como el Gobernador y varios de sus consejeros: un juez, un general, y los ministros de justicia de la población, todos los cuales estaban sentados ó se hallaban de pie en un balcón de la iglesia que daba á la plataforma.

Beatriz y la señora de Aymaret se hallaban demasiado mezcladas al movimiento parisiense para que no se les ofreciera la ocasión de verificar por mismas, ya en el Bosque, ora en el teatro, los desórdenes que con tanta imprudencia a la vista de todos desplegaba el marqués, y además la vizcondesa estaba en autos a estos respectos por su propio marido, consuetudinario comensal de las famosas citadas cenas, mientras que el portavoz para con Beatriz era Gustavo Calvat, a quien sus jocosidades de bohemio, aunque menospreciado, divertido, introducían en los teatros y en los cafés de periodistas donde ávidamente recogía los escándalos corrientes del París a la moda.

No hablaba el Conde, sin embargo, porque estaba ensimismado e imaginativo. El poeta, por lo regular era quien hacía el mayor gasto de palabras cuando no hablaba el Conde. Aquella noche el poeta estaba en vena. Charlaba mucho, decía mil jocosidades, se las reían, y él era de los que se embriagaban con hablar y con ser aplaudidos, más que bebiendo vinos y licores.

Una parte del tiempo, no poca en honor de la verdad, la pasaban dormidos en sus rincones acostumbrados, con las sillas reclinadas contra la pared, despertando sin embargo una ó dos veces al mediodía para aburrirse mutuamente refiriéndose, por la milésima vez, sus viejas historias marítimas y sus chistes ó enmohecidas jocosidades que ya todos se sabían de memoria.

En el estilo llano ó de homilía encantaba á la gente rústica y ponía la religión y la moral á su alcance, amenizando tan graves lecciones con chistes y jocosidades que un severo crítico condenaría, pero que eran muy del caso para que los zafios campesinos se aficionasen á oirle y se deleitasen oyéndole.

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