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Actualizado: 7 de junio de 2025


Junto a la valla, recostada en una silla y apoyados los brazos en otra, había una señora casi de la misma edad y no menos voluminosa, con un sombrero cargado de flores. Su cara rubicunda, con manchas amarillas de salvado, ensanchábase de entusiasmo cada vez que su compañero ejecutaba una buena suerte.

Estrañará ver apoyados en aquellas columnas altares levantados á la memoria de los mártires: oirá con sorpresa los sonidos del órgano, si por acaso hieren sus oidos antes que haya llegado á descubrir la capilla de Manrique.

¡Que no se sienten juntos: que yo no lo vea! Y con los labios apoyados sobre el puño cerrado, quedó dormida en un sillón cerca de la ventana, sombreándole extrañamente el rostro, al agitarse movida por el aire, la cabellera negra. ¿A quién vio la mañana siguiente Lucía, sentado en el colgadizo, con Sol y con Ana? Venía con paso lento, y como si no hubiera querido venir.

Desde lejos se veía en el palco una agrupación de cabezas, entre las cuales se destacaba la negra cabellera melodramática del disputador y sus quevedos de oro, y la barba nívea del Patriarca, resplandeciente al sol como la de Jehová en los cuadros bíblicos. Estaban Baltasar y Borrén apoyados en un lienzo de parapeto, de pie sobre un sillar de piedra, lo cual les permitía ver cuanto ocurriese.

Algunos, perezosamente reclinados, leían novelas y fumaban; otros dormían cabizbajos, apoyados en la baranda á la sombra del toldo. Yo disertaba con mis dos compañeros franceses sobre la historia de España, su porvenir, y el destino de ese mundo de fuego el África que nos enviaba sus ráfagas fortificantes.

Cuando entré esta mañana en su despacho estaba con los brazos apoyados en la mesa y el rostro oculto entre ellos. Creyendo yo que le había sorprendido durmiendo sentía amenguarse mi pasada humillación y veía al doctor depender como todos de su condición humana, cuando me cuenta de que me había engañado, porque al oír mis pasos alzó la cabeza y volvió hacia su rostro bañado en llanto.

Te agradezco muchísimo ese sentimiento, Mundo.... Yo también he tenido que luchar bastante tiempo con mi corazón para resolverme a separarme de ti.... ¡Mientes! dijo él de rodillas aún, con los codos apoyados sobre el sofá . Si me hubieses querido no serías tan cruel, ¡tan infame! La dama permaneció un instante silenciosa mirándole por la espalda con ojos irritados.

Toda la parte de la iglesia entre el coro y la puerta del Perdón estaba ocupada por la vistosa y pesada fábrica. Los toledanos acudían a admirar, según costumbre tradicional, la escalinata cubierta de filas de apretadas luces, los legionarios romanos de alabastro apoyados en sus lanzas, y la cortina riquísima, de innumerables pliegues, que bajaba desde la bóveda hasta la plataforma del Monumento.

Luego que se ensartó los espejuelos y los acomodó bien, enganchados en las orejas y apoyados en la nariz, metió la otra mano en el otro bolsillo y saco un papel, ¡pero qué papel! Lo menos tenía una vara. Todos creímos que sería un discurso; pero no, señores, eran unos versos. Entonces, para hablar al Rey o al público o a las autoridades, privaban los malos versos sobre la mala prosa.

De todos modos tenía ganas de verte. Marta calló y siguió su tarea poniendo en torno de la rosa y apoyados en las hojas de malva tres pensamientos obscuros. Ricardo había cambiado también un poco desde la última vez que le vimos. Su rostro estaba levemente descaecido, y a la ordinaria expresión de alegría había sucedido otra como de fatiga, que a veces rayaba en triste y amarga.

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