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Humillado Portugal, vencido en Africa por los marroquíes, muerta allí la flor de su heroica nobleza y de sus valientes soldados, poco podía resistir a la ambición de un monarca que, para hacer valer su derecho hereditario, era señor de vastísimos reinos y provincias y estaba al frente de la nación española, preponderante entonces en Europa.

Yo conocía, empero, el carácter y temperamento, en cierto modo hereditario, del señor de Champcey: bajo las exterioridades seductoras y caballerescas que lo distinguían, como á todos los de su familia, percibía claramente la irreflexión obstinada, la incurable ligereza, el furor de los placeres, y por último, el implacable egoísmo...

También he vuelto á ver su frac negro de corte antiguo, la corbata blanca profesional, y el diamante hereditario en la pechera; en una palabra, con todos los signos exteriores de un espíritu grave, metódico y amigo de las tradiciones.

Habiéndose asegurado de mi asentimiento, la vieja y noble señorita pareció recogerse, y en tanto que paseaba una melancólica mirada por las medio borradas imágenes de sus abuelos, el tic-tac del reloj hereditario fué lo único que turbó, en el obscuro salón, el silencio de la media noche.

Le pagan miles de duros añadía Gabriel por cada minuto de su existencia; pero el oro no puede proporcionarle una gota de sangre nueva que sanee el veneno hereditario de sus venas.

Á diferencia de la nacion que tomaba por modelo, el rey seria representado por un poder ejecutivo de eleccion, vitalicio cuando mas, pero nunca hereditario, dado caso de que optara por la República; un Senado legislativo hereditario y una Cámara, tambien legislativa, de libre eleccion, sin mas restricciones que las de la Baja de Inglaterra.

Y aquel cuerpo gracioso, cuerpo de pobre, en el que luchaba la juventud con un raquitismo hereditario, bajó a la tierra despedazado: lo hicieron cuartos, como una res de matadero, sobre el mármol de la sala de disección... Usted, Ojeda, debe amar a alguien como amé yo. Todos encontramos una posada de amor en el camino de la vida: hasta los más infelices.

Habitábamos, cerca de Grenoble, el castillo hereditario de nuestra familia, que era citado en el país por su aspecto señorial. Solíamos mi padre y yo cazar durante un día entero sin salir de nuestras tierras ó de nuestros bosques. Nuestras caballerizas eran grandiosas, y estaban siempre llenas de caballos de precio, que eran la pasión y el orgullo de mi padre.

Se hacía agradable a sus clientes del bello sexo con la imparcialidad de un hombre de su posición, y en todas partes era el bien venido en su calidad de doctor por derecho hereditario.

Habia frecuentado las universidades de Lima y del Cuzco, donde aprendió lo bastante para descollar entre sus iguales. No contento con el cacicazgo, que era hereditario en su familia, solicitó ser reconocido como descendiente legítimo de los antiguos dinastas del Perú, y habia ya conseguido reasumir el título de Marques de Oropesa que habian llevado sus antecesores.