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Parecía el alarido de un gran caldero que hierve: no hay poesía terrorífica capaz de parangonarse con aquella prosa. Continuamente, continuamente el mismo tono: ¡Oh! ¡oh! ¡oh! ó ¡uh! ¡uh! ¡uh! Como habitábamos en la misma playa, éramos más que espectadores de la escena: constituíamos una parte de ella.

Habitábamos, cerca de Grenoble, el castillo hereditario de nuestra familia, que era citado en el país por su aspecto señorial. Solíamos mi padre y yo cazar durante un día entero sin salir de nuestras tierras ó de nuestros bosques. Nuestras caballerizas eran grandiosas, y estaban siempre llenas de caballos de precio, que eran la pasión y el orgullo de mi padre.

Cuando era niña creía que no era posible la vida fuera de la corte, del Palacio Real o de los jardines de Saint-Cloud que habitábamos con mi familia; pero, actualmente, pido a Dios que me agraden siempre los lugares que su voluntad designe.

Ya no sabía en qué pensar, y entregaba el discurso a lo primero que se me entraba por las mientes. »Una noche, por remate de la larga cadena de ideas incongruentes que había estado arrastrando, di en una bien extraña ocurrencia: la de hacer una imaginaria excursión por los interiores entenebrecidos de mi propia casa. ¡Qué grande era para la poca gente que la habitábamos!

Ahora, como puede usted ver, terminó mi comunicante, todos los que habitábamos en "Carrera Larga" y sus alrededores los abandonamos para ir á pasar miserias y penalidades á Guantánamo; pero en llegando allí, como si fuésemos uno, empuñaremos el rifle para vengarnos del inmenso daño que esos foragidos nos han causado.

Mis frases se deslizaban inarmónicas, siendo ésta la primera cuerda de mi instrumento que se encontró rota. El gran mugido no tenía otra variante que las voces, extrañas, fantásticas, del viento desencadenado sobre nosotros. La casa que habitábamos le estorbaba, siendo para él un blanco que asaltaba de mil maneras.

La mujer gris era el único ser de los que habitábamos la casona, en quien no había estampado alguna roncha el azote del temporal reinante. Hasta el mismo Chisco andaba un tanto espelurciado y encogido por establos y corraladas, y entraba en la cocina algunas veces con el humor avinagrado; al revés que Facia, la cual, desde que se habían desencadenado las primeras celleriscas, parecía otra.