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Demetria le tropezaba de vez en cuando, unas veces en la aldea, otras camino de la fuente y siempre que le veía no podía menos de estremecerse. El recuerdo del agravio que aquel hombre asqueroso la había hecho á orilla del río asaltaba su imaginación y siempre estaba temiendo que se repitiese.

No saldrá la pobre opinó Fortunata algo cortada, porque le asaltaba la idea de que su lenguaje no sería bastante fino. Si sigue así, traeré esta tarde a la niña, para que la vea... De todos modos, debo traerla ¿no le parece a usted? , tráigala. Jacinta sabía que aquella desconocida no era soltera, porque había ofrecido unos pantalones de su marido.

Desde entonces comenzó Demetria á mejorar tan rápidamente que á los cuatro ó cinco días estaba ya como si no le hubiera pasado nada. Anudóse de nuevo la felicidad de aquellas horas que habían de terminar pronto en la de su boda. Sólo turbaba su dicha el recuerdo que alguna vez le asaltaba de la escena con el bandido Plutón. Cuando le veía, aunque fuese de lejos, el corazón le daba un vuelco.

Si ante él sucedían tales cosas, a la mesa por ejemplo, Julián torcía la cara, haciéndose el distraído, o alzaba el vaso para beber, o fingía atender a los perros, que husmeaban por allí. Le asaltaba entonces un escrúpulo, de ésos que se quiebran de sutiles.

Recuerdos, esperanzas, dudas y desengaños, todo acudía en tumulto y asaltaba y atormentaba su mente. Fray Miguel por involuntario impulso hacía un raro examen de conciencia.

Dos días después los partidarios de la poderosa casa ducal de Medina Sidonia, se alzaban contra los comuneros triunfantes, y el capitán Valencia de Benavides asaltaba el Alcázar, derrotaba á las fuerzas de Figueroa y hacía á éste prisionero después de reñido combate, donde hubo más de siete muertos y cuarenta heridos de gravedad.

Mis frases se deslizaban inarmónicas, siendo ésta la primera cuerda de mi instrumento que se encontró rota. El gran mugido no tenía otra variante que las voces, extrañas, fantásticas, del viento desencadenado sobre nosotros. La casa que habitábamos le estorbaba, siendo para él un blanco que asaltaba de mil maneras.

Religioso y heroico sentimiento le asaltaba a la sola la idea del juramento. ¡Cuántos antepasados suyos habrían afrontado la muerte por un «aceto», por un «lo juro»! Y tanto más en Avila, donde se hallaba la Basílica de San Vicente, la más famosa iglesia juradera del reino. No importaba que el pacto fuese contraído con infieles.

El mismo Felipe II, con ser señor del mundo, sacó a la venta los títulos de nobleza por seis mil reales, añadiendo al margen del decreto «que no se reparase mucho en la calidad y origen de las personas». En Madrid, el pueblo asaltaba las panaderías, disputándose el pan a puñaladas.

Espiaba sus actos, escuchaba sus dichos, asaltaba sus dormitorios, revolvía sus equipajes, les abría los cajones, se enteraba de sus cartas y les robaba las novelas que después devoraban las otras..., porque tenían novelas y algunas profanidades más, que eran contrabando allí; y, no conformándose con esto sólo, relataba historias desvergonzadas ¡y hacía unos comentarios!