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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Sin embargo, aunque sus reflexiones le llevaban a considerarla lógicamente un ser lleno de falsía y de crueldad, tenía bien luego la sensación de padecer un error profundo. Le asaltaba el pensamiento de que su rencor era vil. Y entonces la imagen de Adriana, transfigurada, resplandecía para él desde una portentosa lejanía.

Un sentimiento de orgullo la asaltaba, al verse tan ardientemente disputada. ¡Cuán atrevido y diestro se había mostrado su marido! ¡Y su disfraz era verdaderamente una maravilla! Si no hubiese estado prevenida, jamás hubiera reconocido al elegante Mauricio, en aquel pisaterrones. Se rió sola de los horrores que Mauricio había dicho á Bobart y á su tía.

Desde su regreso á Europa, le asaltaba con frecuencia el recuerdo de Federico y de su mujer, por la razón de haber vivido con ellos durante su última permanencia en París y haber emprendido juntos de aquí el viaje á América. Además, este ingeniero pobre que iba á visitar evocaba en su memoria al otro compañero de estudios.

Ansioso de distracción, de conversaciones que le aturdiesen, juntábase muchas noches con ciertos borrachos famosos, y bien entrada la mañana se les veía por las calles más céntricas, con paso inseguro, discutiendo a voces de filosofía o literatura. En mitad de una disputa, el recuerdo de Feli asaltaba a Isidro, y rompía a llorar. Los compañeros atribuían la culpa de este llanto al coñac.

Pero otras veces, las más, era el recuerdo de sus sueños de niño, precoz para ambicionar, el que le asaltaba, y entonces veía en aquella ciudad que se humillaba a sus plantas en derredor el colmo de sus deseos más locos. Era una especie de placer material, pensaba De Pas, el que sentía comparando sus ilusiones de la infancia con la realidad presente.

De cuando en cuando nos asaltaba el temor de que la enferma tuviera un ataque, y esto malograra nuestra fiesta, pero felizmente no sucedió así. A las seis salí en busca de don Román. El pobre viejo se envolvió en su raída capa, se apoyó en mi brazo, y, pian pianito, hasta la casa. El pobrecillo vino muy cargado: traía algunas libras de confites, para obsequiarnos. Era el padrino, y debía hacerlo.

Si me envolvía en mi gabán de pieles me asaltaba de pronto la visión de las desgraciadas señoras, mimadas en otro tiempo por todas las comodidades del confort chino, hoy, rojas de frío, vestidas de andrajos de viejas sedas, caminando con los pies amoratados por un campo de nieve.

Si ante el cadáver de Florencia había sentido desgarrársele el corazón; si la increíble idea de no verla más le había casi enloquecido; si la impotencia para vengarla le había roído las entrañas; si el miedo de haber sido él la causa de su muerte había ido a agravar con atroces remordimientos su dolor ya harto grave, todo eso podía haberle hecho creer que ya había llegado al término de una prueba tan cruel; pero un nuevo sentimiento de horror le asaltaba de pronto.

Sin embargo, el majo no podía vencer aquel sentimiento de vergüenza que le acometiera después de la escena de la reconciliación. Aunque ponía empeño en aparecer fresco y despreocupado y como si hubiese olvidado enteramente lo acaecido, era inútil. El recuerdo de la noche memorable en que por primera vez en su vida descendió á las súplicas delante de una mujer le asaltaba, mal de su grado.

Dos brazos se arrollaron a su cuello, al mismo tiempo que asaltaba su olfato un fuerte hedor de vino. ¡Cachondo!... ¡Gracioso! ¡Vivan los mozos valientes! Era un señor de buen aspecto, un burgués que había almorzado con sus amigos y huía de la risueña vigilancia de éstos, que le observaban a pocos pasos de distancia.

Palabra del Dia

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