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Por algunos huecos del caserío se ven horizontes esteparios y luminosos, tapias de cementerios coronadas de cipreses, esbeltas chimeneas de fábricas como palmeras sin ramas, grandes extensiones de terreno mal sembrado para pasto de las burras de leche y de las cabras.

Había piernas blancas desnudas asomándose a las ventanas de un pantalón que a pedazos se caía; había zancas negras, esbeltas cinturas ceñidas por sucia cuerda o por tirajo informe; chaquetones que fueron de abuelos, y calzones que fueron mangas; blusas que aún se acordaban de haber sido chalecos; gorras peludas que fueron, ¡ay!, manguito de elegantes damas.

Y al pensar en el estado ruinoso en que halló su lengua materna y en lo que con ella ha hecho, imaginábame uno de esos vetustos palacios de los príncipes de Baux que se ven en los Alpilles: sin techo, sin balaustradas en las escalinatas, sin vidrios en las ventanas, quebrado el trébol de las ojivas, corroído por el moho el escudo de las puertas; gallinas picoteando en el patio de honor, cerdos hozando bajo las esbeltas columnillas de las galerías, el asno paciendo dentro de la capilla, donde crece la hierba, las palomas bebiendo en las grandes pilas de agua bendita, rebosantes de agua de lluvia, y finalmente, entre esos escombros dos o tres familias de labriegos que han construido chozas alrededor del vetusto palacio.

Delante del señor había varias mesillas enanas, donde en aúreos y repujados azafates, en ligeros canastillos, en esbeltas ánforas y en cálices esmaltados, se ofrecían para regalo de la vista, del olfato y del paladar, licores, conservas y sazonados frutos.

Conforme iba así disputando y paseando, advirtió de pronto que delante de él paseaban dos mujeres, pequeñitas ambas, esbeltas, jóvenes al parecer, aunque sólo de espaldas las veía, y que algo habían oído y seguían oyendo de su diatriba y de la disputa, porque de vez en cuando cuchicheaban y se reían, como si hicieran comentarios a la conversación de los que venían detrás.

Aquel perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres hermosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas las más, mal peinadas algunas. El estrépito era infernal; todos hablaban a gritos, todos reían, unos silbaban, otros cantaban.

¿Es posible cansarse de verlo recto y ligero sobre el agua, con sus formas esbeltas y estrechas, su alta armadura un poco inclinada hacia atrás, que le da un aire tan coquetón y tan marinero? ¿cómo no admirar su velamen fino y ligero, con sus amplias piezas, sus gavias y sus juanetes tan elegantemente sesgados, y esas barrederas que se despliegan sobre sus flancos graciosas como las alas del cisne, y esos foques elegantes que parecen voltear al extremo de su bauprés, y su línea de veinte carronadas de bronce, que se dibuja blanca y negra como los lados de un juego de damas?

Eran esbeltas mujeres morenas, llevando sobre la trenza y el blanco rebocillo un ancho sombrero de paja con cintas colgantes y ramos de flores silvestres; hombres vestidos de dril rayado la llamada tela mallorquína , con fieltros echados atrás que parecían una aureola negra o gris en torno de sus rostros afeitados.

Avanzó primeramente un grupo de doctores jóvenes, que eran muchachas en traje masculino, llevando como único emblema de su grado el gorro universitario. Algunas de ellas, esbeltas y gallardas, tenían un andar marcial que revelaba su afición á los deportes, pero las más mostraban cierto parentesco físico con el doctor Flimnap.

Es pequeña, pero muy linda, es la parroquia de los pescadores, primitivos fundadores de Venecia. San Sebastian, situada tambien junto al Campo de Marte, tiene un aspecto muy gallardo, corona el edificio una elegante cúpula, y á los lados de esta, se levantan pomposamente dos esbeltas torres.