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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Tras las rejas enmohecidas no aparecía ningún resquicio de maderas entornadas por el cual se pudiera filtrar una mirada humana. «Esto es tan solitario, hija mía dijo el marido, quitándose el sombrero y riendo , que puedes armarme el gran escándalo sin que se entere nadie». Juanito corría.
Junto a doña Sol mostrábase el marqués con dos de sus hijas. Anduvo Gallardo junto a la barrera con la espada y la muleta en una mano, seguido por las miradas de la muchedumbre, y al llegar frente al palco se cuadró, quitándose la montera. Iba a brindar su toro a la sobrina del marqués de Moraima.
Ya me verá usted, madre mía, volver a su lado dentro de algunos años, hecho todo un coronel, mariscal de campo o con un brillante empleo en Versalles. ¿Y qué tendremos con eso? Que seré aquí respetado y considerado. ¿Nada más? Y que todo el mundo me saludará, quitándose el sombrero al pasar por mi lado. ¿Y luego?
Por la mía, debo á la Virgen del Priorato una imagen de plata de diez libras por haberme otorgado la merced de vencer y matar al pirata genovés, cuyo valor y pericia en el manejo de las armas soy el primero en reconocer. ¿Y tú, Roger? ¿Herido? No es nada, dijo el doncel con voz débil, quitándose el casco que conservaba claras señales de la poderosa maza del normando.
Todo eso está muy bueno; pero ¿qué quieres? yo no me resigno a que te vayas así y a que cargues con esa responsabilidad. ¿Que me vaya cómo? Pero dime, Melchor, ¿cuánto tiempo vas a faltar de aquí? dijo la señora quitándose los anteojos con que cosía. Dos o tres meses. ¡Qué! Eso no lo sabes y aunque así fuera, tú también tienes obligaciones a que «antes» no habrías faltado. ¡Si no voy a faltar!
Juana encendió en un fósforo su cigarro y se puso a fumar con el mayor aplomo en medio de las aclamaciones de los asistentes. Al cabo de algunos instantes: Es verdad dijo, ¡esto me hace mal! Y, volviéndose al capitán que estaba a su derecha, y quitándose el cigarro húmedo de sus labios: Tome le dijo, acábelo usted.
También había percibido a la mujer que estaba a su lado, porque esta mujer a quien hablaba el duque frecuentemente, no quitaba los ojos del matador. Este se dirigió al duque, y quitándose la montera: «Brindo dijo por vuestra excelencia y por la real moza que tiene al lado.» Y al decir esto, arrojó al suelo la montera con inimitable desgaire y partió adonde su obligación le llamaba.
Ella gritó entre los dientes, y sus esfuerzos fueron tan desesperados que logró por fin desasirse. Entonces el mancebo, quitándose de golpe la máscara, rugió dos veces: ¡Ramera! ¡Ramera! enseñándola el rostro. La niña no pudo modular ni una sola palabra. Su boca, entreabierta, negra de horror, dejó escapar un quejido sordo, aciago, indefinible.
Los dos viejos expresaron con afán, y quitándose simultáneamente las palabras de la boca, opiniones diversas sobre el suceso, y proclamaron que Dios había concedido a la monarquía el más precioso de los dones, abriendo camino al soberano verdaderamente católico y al Rey de verdad.
Los ojos le rebrillaron y, quitándose la gorra, adelantose paso a paso, con el encogimiento ondulante y lloroso de los perros sin dueño. Desde entonces, vestido de galas lacayunas, sirviole de criado, cursando él mismo en las Escuelas, pues era de aprovechada condición.
Palabra del Dia
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