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Los cuerpos extraños se juntaban bajo la misma pegajosa cubierta, la carne se rozaba con otra carne sudorosa, tal vez enferma de peligrosas infecciones.

Al acabarse el repecho, volvió el jaco a la sosegada andadura habitual, y pudo el jinete enderezarse sobre el aparejo redondo, cuya anchura inconmensurable le había descoyuntado los huesos todos de la región sacro-ilíaca. Respiró, quitóse el sombrero y recibió en la frente sudorosa el aire frío de la tarde.

Los pantalones, mermados por el crecimiento de las rodilleras, se le subían tanto que parecía haber montado a caballo sin trabillas. Sus botas, por ser domingo, estaban aquel día embetunadas y eran tan chillonas que se oían desde una legua. «¿Y cómo está la familiapreguntó al tomar asiento, después de dar su mano siempre sudorosa a doña Lupe y al sobrino.

Apoderóse del infeliz un miedo indecible que se manifestó primero por ligero temblor, que se fué acentuando rápidamente hasta no dejarle hablar. Con los ojos abiertos, la frente sudorosa, se cogió del brazo del P. Irene, trató de incorporarse, pero no pudo y, lanzando dos ronquidos, cayó pesadamente sobre la almohada. Capitan Tiago tenía los ojos abiertos y babeaba: estaba muerto.

Tras las rejas de las capillas laterales estaban enjauladas las gentes de buena posición social, huyendo del contacto con la muchedumbre sudorosa que se empujaba en las naves. En la obscuridad del coro brillaban como una constelación de estrellas rojas las luces destinadas a los músicos y cantores.

Apoyó un codo en un alero mientras descansaba en su diestra la sudorosa frente, y al momento echó abajo tres estatuas de doble tamaño natural que adornaban la balaustrada, representando á otras tantas heroínas de la Verdadera Revolución. Tuvo miedo de causar nuevos daños en el monumento de la Ciencia, y continuó su exploración, buscando algo más sólido donde apoyarse.

No: ¡yo!... ¡yo! Era la duquesa; ya no tenía por qué fingir indiferencia. Aquel dinero era suyo. Se había transfigurado al salir de su mutismo expectante; sus ojos brillaban con un resplandor triunfal; tenía la frente sudorosa; le latían las mejillas, intensamente pálidas.

Y abandonando sin escrúpulo a la Macarena con el egoísmo del dolor, como se olvida una amistad inútil, iba otras veces a la iglesia de San Lorenzo en busca de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, el hombre-dios coronado de espinas, con la cruz a cuestas, imagen del escultor Montañés, sudorosa y lagrimeante, que respira espanto.

La luz del candil y los reflejos de la lumbre arrancaban destellos a la hojalata limpia, al barro vidriado de las cazuelas del vasar, y la temperatura se suavizaba, se elevaba, hasta el extremo de que el señor Rosendo se quitase la gorra con visera de hule, descubriendo la calva sudorosa, y la niña echase atrás con el dorso de la mano sus indómitas guedejas que la sofocaban.

Estaba pálido, con una palidez sudorosa semejante a la de los enfermos; pero reía, satisfecho de vivir y de marchar hacia el público, adoptando su nueva actitud con la facilidad instintiva del que necesita un gesto para mostrarse ante la muchedumbre.