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A la bendita y honesta cena de esta excelente familia no asistía nunca, desde muchos años, el señorito Melchor, que cenaba con sus amigos. Lejos de censurar esto, D.ª Laura hallaba natural que su hijo, escogido entre los escogidos, no se sentase a la vulgar mesa de sus padres. Mejor papel haría en otra parte. Ya Melchor se rozaba con literatos, diputados, artistas y empleados de cierta categoría.

Pepet, al hablar de estas reuniones, en las que se rozaba con gente brava, portadora de armas, volvía a acordarse del cuchillo del abuelo. ¿Cuándo hablaría don Jaime a su padre para que le entregase esta joya de familia?... Ya que retardaba la petición, debía acordarse de su promesa y regalarle otro cuchillo. ¿Qué podía hacer un hombre como él falto de tal compañía? ¿Dónde presentarse?...

Á poco abría Buby mucho los ojitos, luchando contra el sueño que se los cerraba: cerróselos al fin del todo, y el cuerpecillo resbaló buscando el calor de las mantas, y la cabecita quedó sobre la almohada, escondida tras un brazo, como esconden los pajaritos la suya debajo del ala. De pronto, sintió una cosa suave que le rozaba la frente.

Ana sintió que un pie de don Álvaro rozaba el suyo y a veces lo apretaba. No recordaba en qué momento había empezado aquel contacto; mas cuando puso en él la atención sintió un miedo parecido al del ataque nervioso más violento, pero mezclado con un placer material tan intenso, que no lo recordaba igual en su vida.

Ella ocupaba un sillón vacío junto a sus libros en las largas tardes de lectura, y por la noche, al abrir el camarote, deslizábase detrás de sus huellas, misteriosa y sonriente, para no abandonarle en las horas de insomnio y ser lo último que veían sus ojos, esfumándose como una visión que se aleja cuando al fin le rozaba la mano del sueño.

«Tengo que ser galante con ella... cariñoso... las conveniencias lo exigen...» me decía, dirigiendo una mirada a Yolanda, colocada a mi derecha. Su codo me rozaba ligeramente el brazo, y la sentía temblar. «Es de hambre»; pensé. Yo también; no había comido nada todavía.

Le condujo hasta la puerta y en la oscuridad del vestíbulo Jacobo sintió el brazo de Lea que le rozaba con suavidad como para guiarle; un seno palpitante se apoyó contra su pecho y, sin que él pudiera defenderse, una boca, que mordía dulcemente, se posó en sus labios. El joven se estremeció y rechazó aquel fantasma del amor desaparecido.

Rozaba al andar un lado de su busto, se sentía envuelto en el ambiente embriagador que exhalaba su cuerpo sano, y veía cerca de sus ojos el rostro de Tónica, su boca fresca, mostrando la brillante dentadura con graciosas sonrisas. Juanito, entusiasmado por su buena fortuna, no pensaba ya en la resolución que tan inquieto le había tenido durante todo el día.

El carruaje, a todo correr de sus dos caballos, rozaba y dejaba atrás una fila de payeses que volvían de la ciudad por el borde del camino.

Pero no osaba acercarse al portugués en público, y espiaba la ocasión de una entrevista; un día y otro día entraba en la Bolsa, y antes que la pizarra, sus ojos buscaban el levitón café, le seguía, le rozaba con la manga al pasar, pero sin detenerse; don Bernardino saludaba sonriendo y el señor de Melo Portas mostraba sus dientes de jabalí, lo que más parecía amenaza de mordisco, que expresión de cortesía.