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Después, llevaba mi cartuchito de dinamita a ese caserón que llaman la Bolsa, donde las gentes se descamisan entre , y otro cartuchito al Palacio de Gobierno, esa caverna de pícaros. Dió un mordisco al pedazo de pan y se sonrió, cual si asistiera al espectáculo que describía y viera los cadáveres y los escombros.

Temió una traición de aquella gata; temió, así Dios le salvase, un tremendo mordisco sobre la yugular, una sangría suelta... pero al retroceder con un ligero esfuerzo, sintió sobre la nuca el peso de dos brazos que le apretaban con tal especie de ahínco, que no podía confundirse con la violencia ni el dolo malo; y acabó de entender, con gran sorpresa, de qué se trataba, cuando oyó un gemido ronco y mimoso, de voluptuosidad soñolienta, imperativa en medio del abandono, gemido que él conocía perfectamente y cuyo significado no podía confundirse con nada.

Ahí te envío una carta que por la letra me parece de él: supongo que será dándote parte de la boda. El cuerpo de Estado Mayor me manda darte recuerdos. Mamá lo mismo. Yo no me contento sino con un fuerte mordisco en una oreja: ya sabes que soy especialista en ese ramo. Avisa cuando sales. Dentro de ésta venía otra carta de D. Manuel Rivera noticiándole su próximo matrimonio.

Cuando acaricio su cabellera sedosa, tropiezo con un cráneo pulido, duro, amarillento, como los que asoman á flor de tierra en los cementerios abandonados. Un beso en la boca, un mordisco en la barbilla, me hacen ver el maxilar óseo con sus dientes, casi igual al de los antropoides que están en los museos.

Si su paternidad me confiara parte de esos realejos que tiene ociosos y criando moho, permita Dios que el piscolabis que he bebido se me vuelva en el buche rejalgar o agua de estanque con sapos y sabandijas, si antes de un año no se los he triplicado. El demonio de la codicia dió un mordisco en el corazón del lego.

Para dar una idea exacta de la inclinación de Juanita hacia aquel mozo, diré que se parecía a la que yo he visto que tienen ciertas grandes señoras ya por un alano, ya por un mastín corpulento y poderoso que hay en casa de ellas, que inspira terror a las visitas, que parece capaz de derribar a un hombre de un manotazo y de destrozarle de un mordisco, y que, sin embargo, se echa con la mayor humildad a las plantas de su ama y siente inexplicable placer si ella con su blanca mano le toca la cabeza o con el pie le sacude o le pisa.

Déjame que te bese el mordisco, para curártelo. Déjame que te bese todas esas cicatrices tan monas. ¡Pobre de mi brutito, que le han hecho pupa! Y la hermosa furia volvíase humilde y tierna, arrullando al torero con gestos de gata. Gallardo, que entendía el amor a la antigua usanza, con intimidades iguales a las de la vida matrimonial, jamás consiguió pasar una noche entera en casa de doña Sol.

Tuve apenas tiempo de asomar el cuerpo, cuando sentí que algo firme y tibio me rozaba el muslo; el perro rabioso se entraba en nuestro cuarto. Le eché violentamente atrás la cabeza con un golpe de rodilla, y súbitamente me lanzó un mordisco, que falló en un claro golpe de dientes. Pero un instante después sentí un dolor agudo. Ni mi mujer ni mi madre se dieron cuenta de que me había mordido.

El inglés, grave y tieso, vino a sentarse sobre las rodillas de Concha la Carbonera, que le recibió a pellizcos, desternillándose de risa. Mi dar a ti un beso antropófago, ¿no quieres? ¿Un beso como en tu tierra? Más allá. Bueno, venga respondió la pobre, sin imaginar lo que pedía. El inglés se inclinó y le dio un mordisco feroz en el carrillo. La chica lanzó un grito penetrante.

Eso lo dices porque aún me tienes coraje; pero no es cierto... Ven acá, guasona, ven acá que te un mordisco por esas palabrillas amargas que has soltado... Ni tienes vergüenza ni mereces que te mire á la cara... Al mismo tiempo le tomó una mano, y con el otro brazo le enlazó cariñosamente la cintura para sentarla sobre sus rodillas. Pero la joven se soltó bruscamente.