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Estaba el joven observador vestido bien a la ligera, porque su levitón había quedado inservible, y debía atormentarle el frío. El español dio algunos pasos para acercársele; pero se detuvo, no sabiendo cómo dirigirle la palabra. De pronto se sonrió, como de una feliz ocurrencia, y yendo en derechura hacia él, le dijo en latín: Debéis tener mucho frío.

Otros, que militaron en la infantería, y eran modestísimos en estatura y traje, fueron designados con el mote de <i>perejiles</i>, y a las personas graves que habían formado una milicia urbana y exornádose con un levitón negro y cuello encarnado, se les tituló los <i>pavos</i>. Todos llevaban nombre contrahecho, y hasta el cuerpo que se formó con los desertores polacos, no pudo llamarse nunca de los <i>polacos</i>, sino de las <i>polacras</i>.

Y antes que se me olvide.... Buscó en el bolsillo interior de su levitón, y fue sacando un pañuelo muy planchado y doblado, un Semanario chico, y por último una cartera de tafilete negro, cerrada con elástico, de la cual extrajo una carta que entregó al marqués.

Míster Robert suspira y sigue andando; al tocar el límite de la escalinata del templo, ve, cerca de la última columna, dos hombres que hablan en la sombra: uno es alto y grueso y está de cara a la calle; el otro lleva un levitón color de café y da la espalda.

Decía esto, y se separaba de un grupo para ir a otro, seguido de su corte de admiradores; y si alguien le hubiera observado, habría visto que el personaje evitaba cuidadoso un encuentro, que debía serle particularmente desagradable: el del levitón del señor Portas, que hasta hace poco ejercía sobre él la atracción del imán. ¡Misteriosa singularidad, cuya clave poseía quizá míster Robert!

Pero sus amigos le ayudaban á vivir, le mantenían y le compraban algún levitón de pana. Estos tres jóvenes eran inseparables, sin que alteraran la paz las desventuras pasajeras del uno, ni las ganancias fortuitas del otro.

Ahora que estaba convencido de la ridiculez de su aspecto, abiertos como alas los faldones del levitón é incesantemente repelidos por unas piernas incansables. «Quince pasos...» Y clavó la segunda espada. Por su gusto, hubiese ido hasta el otro extremo del descampado; tal vez hasta donde aguardaban los automóviles. Luego consideró con turbación el terreno medido.

Veíasele atravesar la plaza, agitando los faldones de su levitón color de café, pasar bajo la arquería de la Recova, perderse entre el hormiguero de la acera y al cabo de corto rato reaparecer, por el lado contrario, la chistera en la mano y secándose la frente y la calva con el pañuelo.

Penetró en el zaguán, y acercándose casi respetuosamente al portero, de suntuoso levitón y gorra blasonada, le preguntó: ¿La señora de Martínez? No vive aquí. ¿Cómo? Que no es aquí. , hombre; una señora joven y guapa que se llama doña Cristeta. ¡Acabara usted! , señor. Segundo patio, escalera interior, piso tercero. ¿Está usted seguro? ¿Quedrá usted saber de la casa más que yo?

El príncipe interrumpe con su mudo llamamiento unas explicaciones de la guerra que hacen estremecer á las dos damas. Coronel: un asunto de honor. Quiero batirme mañana. Busca otro padrino. Toledo parece desconcertado por la orden. Su primer pensamiento vuela hasta Villa-Sirena. Ve el negro levitón, la vestidura solemne del honor pronta á salir de su encierro.