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Los pies ligeros, recogidos y saltones lo mismo que pájaros en su encierro diurno de tafilete o de raso, eran ahora planos y deformes dentro de las claqueantes babuchas. Las carnes temblaban al moverse, conservando todavía la blandura y el suelto descuido de las horas de sueño. Las cabezas empequeñecidas y pobres de pelo mostraban unas mechas apelmazadas por la humedad reciente.

Sigue entonces por la Avenida, gozando el aire puro y el lujo de la ciudad, sentado en un banco, o da la vuelta al Rocío, bajo los árboles, con la cara alta y dilatada de bienestar. A las seis se recoge, se quita el sobretodo, se calza sus chinelas de tafilete, se pone una agradable cazadora de algodón, y come, «repitiendo» siempre de la sopa.

Lo mismo las damas que venían haciendo girar su quitasol de seda sobre el hombro, ostentando los menudos pies ceñidos por zapatos de tafilete, que las menestralas con blanco pañuelo de percal por la espalda y el clavel de rigor en el pelo, al levantar sus ojos negros, expresivos y encontrarse con las sonrisas de nuestros vecinos y los grotescos ademanes de admiración, sonreían también graciosamente.

Estos negros, formados en caravanas, los vendían a los comerciantes de esclavos, que los llevabau a Fez, Marrakesh y Tafilete. Era difícil comprender cómo Ryp y van Stein habían llegado a dominar a aquellos bandidos moros, crueles y cobardes; pero la verdad es que los tenían en un puño. Los moros nos hubieran hecho pedazos con mucho gusto, pero Ryp nos protegió.

No es por el dinero, nena mía; no es por el dinero; es porque tienes una manera de hacer las cosas original; porque tienes la gracia de Dios; porque eres una barbiana.... ¡Toma, toma, retemonísima! Y le abrazaba las rodillas y se las besaba con calurosos ademanes. No contento, se prosternó aún más y le besó los pies o por mejor decir, el tafilete de sus zapatos.

El mancebo no se atrevió a hacer lo mismo: siguió su camino, no sin dirigirla vivas y codiciosas ojeadas, a las que la gentil señora no se dignó corresponder. Llegó al fin el coche, montó en él dejando ver, al hacerlo, un primoroso pie calzado con botina de tafilete, y fué a sentarse en el rincón del fondo.

A los pies del lecho, indolentemente envuelta en una especie de bata de color de rosa con encajes, mal cogidas las anchas trenzas negras, extendidos los pies, que calzaban unos chapines de tafilete blanco, apoyado un brazo en otro brazo del sillón, y sobre la mano uno de esos semblantes en que no se sabe qué admirar más, si la fuerza de la juventud, la fuerza de la hermosura ó la fuerza de la expresión, había una mujer como de veinticuatro años, sonriente, alegre, escuchando con delicia á Quevedo, que leía uno de los mejores capítulos del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

La señora le oía y se reía. ¡Qué cabeza más destornillada! era un tarambana, y nunca haría cosa de provecho, si no tenía más juicio y no dejaba de lado aquellas ideas de fortunas improvisadas, que le quitaban el sueño. Dióle el billete de dos pesos, que sacó de su cartera de tafilete, a tiempo que don Pablo Aquiles golpeaba las manos en la puerta del comedor, impaciente.

Se replegaba y meditaba. Le habían dicho que las botas de tafilete daban muy mal resultado en Lancia, a causa de la humedad. Antes, mucho antes de que Mateo terminase su diatriba contra el tafilete, se la destripaban sus cuatro pimpollos con risas irónicas y pesadísimas palabras que dejaban confundido y triste al pobre viejo.

Al divisarlas a lo lejos, se componía instintivamente el pelo, sacaba el pie calzado con zapatito Luis XV de tafilete, y paseaba su mano nerviosa por los morenos encajes de su pañoleta, haciendo destacar la flechilla de turquesas que la prendía.