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Los pantalones, mermados por el crecimiento de las rodilleras, se le subían tanto que parecía haber montado a caballo sin trabillas. Sus botas, por ser domingo, estaban aquel día embetunadas y eran tan chillonas que se oían desde una legua. «¿Y cómo está la familia?» preguntó al tomar asiento, después de dar su mano siempre sudorosa a doña Lupe y al sobrino.
Pero, el sábado por la mañana encontró al despertarse su mejor uniforme cuidadosamente cepillado, sus botas bien embetunadas y la camisa más fina preparada al pie de la cama, como por el asistente más meticuloso. Y el joven se quedó encantado. ¡Querida tía Liette!
Palabra del Dia
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