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Tintoretto era un discípulo tan aventajado que su maestro Tiziano se enceló de él y lo despidió de su servicio. El desaire le dio ánimo en vez de acobardarlo, y siguió pintando tan de prisa que le decían «el furioso». Canova, el escultor, hizo a los cuatro años un león de un pan de mantequilla.

O bien mala la masa de que se sirve. Más torpe entonces aun, porque, sabiendo que es mala, no renuncia á la masa y continúa perdiendo tiempo... y no solo es torpe, defrauda y roba, porque conociendo lo inútil de su obra, la continúa para percibir el salario... y no solo es torpe y ladron, es infame, ¡porque se opone á que todo otro escultor ensaye su habilidad y vea si puede producir algo que valga la pena! ¡Celos funestos de la incapacidad!

Esto no procede únicamente de la maestría de la ejecucion, de la habilidad del artista, sino de otro arte más poderoso, más rico, más maestro, más grande; de un arte que está dentro de aquellas concepciones, y que da vida al mármol y al mismo escultor.

Así encontraremos el hogar propio más agradable que los salones y las tertulias. Fidias, que además de un escultor excelso, era un espíritu filosófico, hizo una vez la estatua de Venus sobre una tortuga, queriendo indicar a las mujeres de su pueblo que debían ser lentas para salir de casa.

En cambio, dados la importancia del personaje y el interés demostrado por el suegro, no es creíble que el yerno se limitase a pintar sólo una cabeza: lo natural era que, por respeto a la personalidad de uno y al cariño de otro, hiciese obra de mayor empeño, donde el autor del Polifemo y las Soledades, tan admirado en su tiempo, estuviera de cuerpo entero, o a lo menos en media figura; un retrato, por ejemplo, parecido al que más tarde hizo del escultor Martínez Montañés y por muchos años se ha supuesto de Alonso Cano.

Y abandonando sin escrúpulo a la Macarena con el egoísmo del dolor, como se olvida una amistad inútil, iba otras veces a la iglesia de San Lorenzo en busca de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, el hombre-dios coronado de espinas, con la cruz a cuestas, imagen del escultor Montañés, sudorosa y lagrimeante, que respira espanto.

"Si después de tres siglos y medio el escultor no ha podido sacar más que una caricatura, ¡bien torpe debe de ser!... O bien, mala la masa de que se sirve..." RIZAL.

Y, ante este fenómeno, yo no puedo menos de preguntarme: ¿Hay muchas estatuas porque hay muchos grandes hombres, o hay muchos grandes hombres para que haya muchas estatuas? ¿Quién hace a quién? ¿El escultor es una consecuencia del grande hombre, o el grande hombre una consecuencia del escultor?

Al principio nuestro joven iba dos veces por semana a pasar un ratito después de la oficina a casa de D. Pantaleón. Poco después, un día y otro no; luego, todos los días. Esto sin perjuicio de verse y hablarse diariamente en el café del Siglo y de las salidas extraordinarias a misa y a tiendas, en que casualmente se tropezaban. Pero no bastaba todavía a calmar las ansias amorosas del escultor.

Uno de ellos, viejo escultor cargado de laureles, le dijo un día contemplándole con admiración: ¡Qué joven ha subido usted al pináculo de la gloria! Yo no he ganado primera medalla hasta los treinta y seis años de edad y usted la consigue a los veinticinco. Aún no la he ganado, señor se apresuró a decir el joven, avergonzado. ¡Bah, bah! exclamó el gran escultor haciendo un gesto de indiferencia.