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Actualizado: 7 de junio de 2025
Sentía la señora de Jáuregui el goce inefable del escultor eminente a quien entregan un pedazo de cera y le dicen que modele lo mejor que sepa. Sus aptitudes educativas tenían ya materia blanda en quien emplearse. De una salvaje en toda la extensión de la palabra, formaría una señora, haciéndola a su imagen y semejanza. Tenía que enseñarle todo, modales, lenguaje, conducta.
Entonces Romadonga, con la galantería propia de un fidalgo español, ofreció el brazo a la chula y se fueron escoltados por el guardia. La muchedumbre aplaudía riendo. Mario llegó a ser un escultor distinguido. Llovieron las demandas de obra en su estudio. Bustos, estatuas, jarrones, mausoleos, todo lo trabajó con gloria y provecho. Comenzó a ganar sumas considerables.
Mario, reprimiendo a duras penas la risa, le saludó afectuosamente, y lo mismo su esposa. ¿Conque se conocen ustedes? preguntó la augusta señora. ¡Muchísimo! respondió el escultor . Somos íntimos amigos hace bastante tiempo. Doña Fredes dirigió una mirada de sorpresa a su hijo. ¿Y por qué no me has dicho que tenías por amigo a un artista de tanto mérito?
Puesto que te divierten mis crónicas, voy a contarte aquella comida en casa de la Marquesa. La de Oreve tenía a su derecha a Lacante, por supuesto, y a su izquierda a Kisseler, el escultor. Enfrente de ella, su augusto esposo. ¿Lo conoces? No creo. Un hombre alto y delgado, barba escasa y una cabellera bermeja, muy indisciplinada a pesar de los emplastos de cosmético que tratan de civilizarla.
Cuando Felipe V y su corte estuvieron en Sevilla, la reina nombró á Duque Cornejo escultor de cámara en 1732, y al año siguiente de 1733, al marchar el rey en el mes de Mayo, se trasladó el artista á Madrid, en donde solicitó en vano ser nombrado escultor de cámara del monarca.
El escultor le adoraba con frenesí por ser su hijo y además porque era un retrato en miniatura de Carlota. La misma dulzura en la mirada, la misma apacibilidad, la misma igualdad de humor. Cuando aquélla quería que su marido descansase, no tenía más que enviar al niño al estudio. Mientras estuviese allí tenía la certeza de que Mario no tomaría los palillos o el cincel en la mano.
Empero aquí todo se ha fabricado sin violencia ni la más pequeña catástrofe, por un progreso natural; la más serena paz reina en dicho sitio, que tiene un singular atractivo de dulzura. El escultor admiraría las formas de un arte maravilloso que en un mismo asunto ha sabido producir infinitas variantes, las cuales bastarían para cambiar y renovar todas nuestras artes de adorno.
Allí comienza el prólogo infinito De su pasión creciente Y patriotismo ardiente, En el Noli me tángere descrito, Con al arte de hacer a los patriotas En las batallas de candentes notas. Clarividente y singular atleta Ya era Rizal el escultor profeta.
Prueba de ello Tistet Védène y su maravillosa aventura. Era al principio este Tistet Védène un descarado granuja, a quien su padre Guy Védène, el escultor en oro, se había visto en la necesidad de arrojar de su casa, porque además de que no quería trabajar, maleaba a los aprendices.
Se conocía a la legua que su espíritu se hallaba profundamente impresionado por la estatuaria griega, y que adoraba en ella el sentimiento de la medida, la vida en el reposo, la grave serenidad, el desdén de los efectos. Pero este desdén, que se advertía demasiado en el grupo del joven escultor, en concepto de los amigos de Rivera le perjudicaría mucho para el éxito en el certamen.
Palabra del Dia
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