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También es de este período el retrato de un escultor que primero se supuso ser Alonso Cano y luego Madrazo, demostró que era Martínez Montañés. Es casi seguro que lo pintara cuando en 1636 el artista fue llamado a Madrid para hacer el busto del Rey que se envió a Tacca con objeto de facilitarle el estudio de la estatua ecuestre.

Aquel personaje tendido sobre su sarcófago con la severa toga del que juzga a sus semejantes no siempre había sido ceñudo y austero, como lo mostraba el escultor. Alguna vez el hombre vencería al personaje, y recatándose como un mozuelo, dando al diablo su gesto imponente, habría buscado un rayo de felicidad en misteriosos rincones, lejos de la familia, abominando de su moral avinagrada y áspera.

Aquella imagen es una obra maestra del arte cristiano en la época de su mayor florecimiento en España. Es cierto que se puede decir que el escultor no hizo más que la cabeza y las manos; el pensamiento puro y celestial y el medio por cuya virtud puede convertirse en acción el pensamiento. Pero aquellas manos y aquel rostro son de admirable belleza.

Una vez hecho, le sucede lo que al famoso escultor griego que se enamoró de su hechura, o lo que al Supremo Hacedor, de quien dice la Biblia a cada creación concluida: Et vidit Deus quod erat bonum. Hizo el ministro su ministerial, y vio lo que era bueno.

Desde luego, parece evidente que los grandes hombres, en caso de necesidad, podrían, bien que mal, arreglárselas sin escultores. En cambio, los escultores se verían bastante apurados el día en que hubiese una huelga de grandes hombres. Un escultor amigo mío, hablándome de cómo iba el hombre resolviendo su vida, me decía recientemente: Tengo bastante que hacer.

En cuanto llegaron corrió a su casa por si se tenían noticias o habían recibido alguna carta. Nada se sabía. Habían llegado, , muchas personas a enterarse, porque la prensa hizo circular la noticia y el escultor tenía bastantes amigos. Pero ni un rayo de luz. Mientras tanto el delegado fue a dar parte al juez de sus investigaciones. Se llamó a doña Rafaela a declarar.

Elegante ornato del Prado es aún la fuente del Apolo y de las cuatro estaciones, trabajo del escultor susodicho; pero mayor talento e inspiración mostró en el San Vicente de que voy hablando y que pocos conocen. El Santo está representado muy joven aún. Su cabeza es hermosísima y tiene noble expresión de triunfante alegría, como si acabase de alcanzar una gran victoria.

Y puedo decir con placer que esa nueva vida se abre ante con buenos auspicios, porque además de los sanos principios que te hemos inculcado, eres hábil y puedes bastarte á mismo haciéndote útil á otros. Dime qué has aprendido últimamente; ya que eres escultor de no mediano mérito y que pocos mancebos de tu edad te ganan á tocar la cítara y el rabel.

Quiero ver desde esas puras estrellas que ocultas con tu presencia a esta mísera tierra encadenada a su feroz egoísmo, a su tristeza y oscuridad... Un estremecimiento de anhelo sacudía, el cuerpo del escultor. Su faz parecía iluminada por una luz inmortal: sus nervios se dilataban por la emoción: en sus ojos extáticos, clavados en el cielo, temblaba una lágrima.

Pero, y sin querer ahora analizar qué es lo que constituye el caracter y por cuanto entra en la moralidad la educacion recibida, convengo con usted en que somos defectuosos. ¿Quién tiene la culpa de ello? ¿O ustedes que hace tres siglos y medio tienen en sus manos nuestra educacion ó nosotros que nos plegamos á todo? si despues de tres siglos y medio, el escultor no ha podido sacar más que una caricatura, bien torpe debe ser.