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Allí se descubren mil inefables misterios de amor, allí se comunican sentimientos que por otro medio no llegarían a saberse, y se recitan poesías que no caben en lengua humana, y se cantan canciones que no hay voz que exprese ni acordada cítara que module. Desde el día en que vi a Pepita en el Pozo de la Solana, no he vuelto a verla a solas.

Es dulce como el arpegio de una cítara pagana; es suave como el aroma de un jardín cuando florece, ténue y leve cual la brisa que murmura en la mañana y diciendo sus murmurios nos seduce y enloquece. Con sus mimos y caricias los pesares adormece cual la música hechizante de una flauta virgiliana, y en sus mágicos encantos de beldad ultramundana, el consuelo apetecido halla el alma que padece.

Y cuando en noche obscura se envuelva el cementerio y sólo, sólo muertos queden velando allí, no turbes su reposo, no turbes el misterio: tal vez acordes oigas de cítara o salterio: soy yo, querida patria; yo que te canto a .

Sabe pulsar la cítara en arpegios bullentes, como del champagne rubios los topacios hirvientes, cuando su pecho embriaga la dicha del vivir. Suspiran sus cantares las campiñas de flores, las brisas de la sierra, los alegres rumores del bosque tropical; la lluvia que desciende en perlas diminutas, los oros del crepúsculo, las sombras de las grutas y el épico tumulto del fiero vendaval.

Simula cordaje de una cítara que ondula, es blanda arcilla y música ese idioma , claro choque de perlas y corales, remedo de los coros celestiales que de Dios mismo su raigambre toma. Si lloro, se unifica con mi llanto, impregna hasta el kundiman cuando canto, y es en la liza imprecación y alerta.

Dame tu aliento, Que quiero hablar retando al orbe entero, Y aunque el dolor me abrume el sentimiento No he de soltar mi cítara de acero. Me gusta combatir. Amo la lucha. Me siento fuerte ante el cruel tirano, Y al torpe que mi voz no atento escucha, Castigo impío con nervuda mano. ¿Qué me importa lidiar?

Creía él que Almudena era en su tierra clérigo, quiere decirse, presbítero del Zancarrón, y en aquellos días hacía las penitencias de la Cuaresma majometana, que consisten en dar zapatetas en el aire, comer sólo pan y agua, y mojarse las palmas de la mano con saliva. «Lo que canta con la cítara ronca, debe de ser cosa de funerales de allá, porque suena triste, y dan ganas de llorar oyéndolo.

Es sílfide ligera de fantásticos vuelos, virgen como sus selvas, azul como sus cielos, ciclón en los combates y céfiro en la paz. Tiene furias de trueno y trinos de canario. Oveja, más no teme al león sanguinario; paloma, más no huye del águila rapaz. Sabe pulsar la cítara con melodioso acento, lúgubre como un cisne, triste como un lamento si se siente morir.

El señor tiene la culpa de que yo citara á juicio á mi contrario. Yo soy un probe ... y ya me había conformado con las razones que el señor me dió en su casa. MERLÍN. ¡Hola, tunante!; ¿conque me echas la culpa? Señor alcalde.... DEMANDADO. Lo , y de no tema usted nada, mucho menos ahora que el señor alcalde ha sabido administrar recta justicia. ALCALDE. Se da por terminado el juicio.

Hace un cuarto de siglo reside en la provincia de Cogayán, donde se cosecha el más exquisito tabaco filipino, a cuyo negocio se consagra. Allí casó con una dama del país. Y allí, en sus ocios, pulsa la cítara.