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Más claro: mato mis ocios y mis hastíos escribiendo la parte de política palpitante en un periódico batallador. Por lo demás, por inclinación y por carrera, soy diplomático. ¡Hola! dijo don Simón abriendo mucho los ojos . ¿Agregado, quizá, a alguna embajada? Un poquito más. Secretario acaso... Un poquito más, si a usted le parece.

Mientras hablaba Isidro de la mujer y los hijos de su amigo, andaluces trasplantados a Hamburgo, y de las escaseces pecuniarias de éste, que le obligaban a buscar entre los pasajeros ricos uno que quisiera entretener los ocios de la travesía estudiando idiomas, don Carmelo gritó con el acento de su tierra: ¡Too Dios con er papé en la mano!, ¡que se vea bien!

Entonces llevaré la vida única que me cuadra, vida agradable de dilletantismo, en algún rincón de la provincia al cual no me lleguen ni los estimulantes ni los remordimientos de París, consagrándome a admirar el talento ajeno, que debe bastar, después de todo, para, ocupar los ocios de un hombre modesto que no es tonto. Lo que acaba usted de decir es insostenible exclamó con gran vivacidad.

En dos o tres años entró un cargamento de novelas en el gabinete de la torre, y volvió a salir después de haber entretenido largas horas los ocios de nuestra joven, que puso a contribución para ellos no sólo la biblioteca de su padre y su bolsillo, sino también las librerías de todos los amigos de la casa. Don Serapio fue su primer proveedor.

Currita, que tenía sobradísimas razones para saber que García Gómez debía de haber dicho cosas muy distintas, dio un par de chupaditas al cigarro, que con tanto hablar ya se apagaba, y dijo a la Mazacán muy despacito: Pues mira; también tengo mi quejilla contra... tu García Gómez... Porque como ministro de Estado que es, entretiene sus ocios registrando toda la correspondencia que viene de París... ¡ hija mía, ; no lo defiendas!... En el gabinete negro se abre toda la correspondencia antes de que llegue a su destino, y por eso pudo decir en el consejillo que ayer vino para una carta de la reina, que debió probar al Ministerio todo lo absurdo de sus pretensiones.

Como que se trataba allí de matar los interminables ocios de la vida entre los hombres del blasón y del dinero..., ¡que ya es matar!

Ahí tengo un prólogo empezado para una obra que pienso escribir, en el cual trato de decir modestamente que no aspiro al título de sabio: que las largas convulsiones políticas que han conmovido a la Europa y a a un mismo tiempo, las intrigas de mis émulos, enemigos y envidiosos, y la larga carrera de infortunios y sinsabores en que me he visto envuelto y arrastrado juntamente con mi patria, han impedido que dedicara mis ocios al cultivo de las musas; que habiéndose luego el gobierno acordado y servídose de mi poca aptitud en circunstancias críticas, tuve que dar de mano a los estudios amenos que reclaman soledad y quietud de espíritu, como dice Cicerón; y en fin, que en la retirada de Vitoria perdí mis papeles y manuscritos más importantes; y sigo por ese estilo...

También hay en esta comedia escenas burlescas, en que figuran dos jardineros, un criado de Aquilano y una criada de Feliciana. La composición de La Jacinta es mucho más sencilla. Divina, dueña de un castillo cerca de Roma, ha ordenado á sus servidores, para distraer sus ocios, que detengan á los caminantes que pasen por él, y los lleven á su presencia.

Sabed que á sus ojos no sois sino despreciables reos de sedicion, y que no hay en vuestro martirio lances estraordinarios que merezcan interrumpir las ocupaciones ni los ocios favoritos de los magnates. ¿Es acaso mas interesante vuestro suplicio que una batida en la sierra, ó una partida de ajedrez en palacio, ó que la recepcion de una embajada importante y lujosa como la de los legados de Teófilo, ó que la discusion de un caso de conciencia en plena reunion palatina, ó que la consulta sobre una innovacion en la etiqueta real , ó que el grato entretenimiento de escuchar los cantos, las historias, los versos y lisonjas de un Zaryab?

Sonrióse el fiel escudero, ofreció al barón escribirle en un santiamén cuantas cartas quisiese y poco tardó en quedar firmada y sellada la en que el caballero refería ligeramente los principales episodios de su viaje, el encuentro con los piratas, la desgraciada muerte del joven escudero Froilán de Roda, su presentación en la corte y cómo se proponía salir sin tardanza para Montaubán, donde el resto de la famosa Guardia Blanca de su mando entretenía sus ocios quemando y saqueando.