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La incógnita, en que el lector habrá ya reconocido sin duda a la intrépida Currita, pareció muy perpleja: indudable era que en la calle X no existía el número 4, puesto que no había otra casa que el suntuoso hotel, y en este vivía precisamente ¡qué coincidencia! , la Mazacán en persona...

Currita pareció quedarse sorprendida, casi espantada, y paseando por todo el auditorio sus claros ojos admirablemente azorados, dijo con el tonillo lastimero de una niña a quien amenazan con azotes: Pero entendámonos... ¿Qué es lo que ustedes saben?... Que estás nombrada camarera mayor de la Cisterna dijo Isabel Mazacán con todos sus bríos. Currita pensó desmayarse.

Mientras la de Albornoz hablaba, Isabel Mazacán, muy impaciente, cuchicheaba al oído de Butrón, diciéndole: ¡Pero qué grandísima embustera!... ¡Pero qué modo de inventar historias!... ¡Mentira, Butrón, mentira todo!... Si me dijo García Gómez que justamente en el consejillo había dado cuenta el ministro de Ultramar del deseo de ella, y entonces quedó acordado el nombramiento, supuesta la aprobación de la Cisterna... Hoy, hoy por la mañana, es cuando debe de haber ido el presidente del Consejo a notificárselo a Currita.

Una racha viviente, un huracán femenino que apareció en la puerta, acabó de despejarla del todo; entró Isabel Mazacán, con su paso de Diana cazadora, alta la cabeza, altiva la mirada; demasiado señoril para cocotte demasiado desvergonzada para gran dama. Besó a la duquesa, quitóse un guante, bebió dos sorbos de ...

Horrorizáronse todos, y la Mazacán continuó: Verdad es que se hace pagar carillo, porque ha sacado seis mil duros de sueldo, y... ¿Seis mil duros de sueldo?... ¡Qué barbaridad!... Pero si ningún sueldo de Palacio pasó nunca de tres mil duros... Pues para Curra pasa de seis mil, porque, además de ellos, se ha sacado también...

Ya lo irás comprendiendo, mujer, no te apures la interrumpió Isabel Mazacán con mucha sorna . ¿Te acuerdas de que Currita estaba en París cuando la abdicación de la reina? ¿Te acuerdas de que nadie se acordó de invitarla a la ceremonia?... Bien se guardó ella de decirlo; pero su marido, ese Villamelón, que tiene más de melón que de villa, lo dejó escapar una noche en casa de Camponegro... ¡Pues ahí tienes la madre del cordero!... Ella no ha perdonado el desaire, y quiere ahora sacarse la espina; porque, ¡pásmate, Beatriz, pásmate!... Ni aun siquiera le han ofrecido el cargo; ¡ella, ella es quien lo ha solicitado!...

Sólo vería en lo alto a Jesucristo, vivo y terrible, que se adelantaba a juzgarle, y detrás la eternidad, oscura, inmensa, implacable. La noticia de la muerte de Velarde llegó a Madrid al punto, y la condesa de Mazacán fue la primera que se presentó en casa de la Albornoz con la intención dañadísima de darle la triste nueva.

Y revolvió los ojos en todas direcciones, como buscando debajo de alguna mesa o en lo alto de algún étagére a la nueva camarera. Pero ¿quién es?... ¿Quién es? gritaron todos. Isabel Mazacán dejaba escapar una sonrisita maliciosa, como quien saborea un triunfo anticipado; presentó una copa a Paco Vélez para que se la llenase de whisky, vacióla de un trago, y acabó al fin de soltar la bomba.

No sentó bien a la Mazacán aquel familiar Isabel, y como no tenía sobre sus tierras hipoteca ninguna de la banquera, la contestó recalcando mucho el nombre de pila de esta: Por eso tengo la seguridad de que a nadie calumnio, mi señora doña Ramona...

Riéronse todos, como siempre que la Mazacán empuñaba la tijera, y la señora de López Moreno dijo muy satisfecha: ¡Qué Isabel esta!... ¡Con qué gracia crucifica a todo el mundo!...