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La duquesa salió entonces a la palestra, y con habilidad mujeril disparó el más certero saetazo, sirviéndole de ballesta una mentira muy gorda. Después de todo dijo , no hay que apurar mucho a Curra, porque si ella no puede dar el baile, Isabel Mazacán se compromete a darlo... El tiro dio en el blanco, y Currita soltó al pronto la prenda.

Inmutóse Currita atrozmente, y por un momento pareció que el mundo entero se le venía encima. En Madrid ha hecho esto una impresión horrible dijo la Mazacán apretando el torniquete ; todo el mundo habla de su pobre madre: era él su único amparo...

Aquí se detuvo como espantada un momento, y mirando atentamente hacia la sala, añadió con su intemperancia ordinaria: Pero, mujer, ¿no has visto eso?... ¿No ves allí a Jacobo con la Mazacán?... ¡Pero qué escándalo!... ¿Cómo permites eso?...

Y Currita se enterneció otra vez, emboscando entre sus nuevas lagrimitas este ruego inocentísimo: Lo único que pido es que escriba usted mismo a la señora la verdad de lo que está pasando... ¡Le tengo un miedo a los enredos, a los chismes de este Madrid!... ¡Esa Isabel Mazacán es tan chismosa... me tiene una envidia!...

¡Ese, ese es el nombre propio! gritó la Mazacán, entusiasmada al oírlo . Lo natural y lógico es que para guardar a la mona Jenny se cree un cuerpo de micos. Y desde aquel entonces quedó confirmado el cuerpo de mosqueteros con la nueva denominación de Micos de Currita.

¡Vaya si lo había visto Currita!... Como que el berrenchín que tenía por dentro era la nerviosa musa que inspiraba aquella noche sus aceradas agudezas, y desde que terminó el acto no había perdido de vista un momento a Jacobo, viéndole comenzar su toumée por los palcos de las damas, que le recibían todas en palmas, mimándole y agasajándole con sus más encantadoras sonrisas y sus más dulces palabras. Isabel Mazacán, sobre todo, parecía querer comérselo, y por dos o tres veces, mientras le tuvo en el palco lanzó al de Currita una mirada que parecía decirle: ¡Rabia de firme!...

En mitad de la contienda aludió Isabel Mazacán a las cartas del artillero, y este recuerdo trajo otro a la memoria de Currita, que pareció causarle grande sobresalto. Marchóse atropelladamente dejando a su rival con el insulto en la boca y corrió en busca de Kate, su doncella.

Porque, como el lector habrá ya adivinado, no obstante los enredos de la tramposa señora, los compromisos de esta con el Gobierno eran tan reales y positivos como había asegurado dos días antes la condesa de Mazacán en casa de la duquesa de Bara.

Bajaron a poco dos damas, vestidas de chulas, con riquísimos mantones de Manila, pañuelos de seda en la cabeza y antifaces de terciopelo color de rosa; en la estrepitosa carcajada que soltó una al entrar en el coche reconoció Currita a Leopoldina Pastor, y en su alta estatura y el aire de dueña con que dio al lacayo la orden, adivinó al punto en la otra a su mortal enemiga, la Mazacán misma.

La Mazacán iba a contestar, pero entraron en aquel momento Carmen Tagle, Paco Vélez y Gorito Sardona, todos muy compungidos, diciendo que venían del Real, pero que no había allí nadie, nadie... Al pronto creyeron ellos que Monsieur tout le monde estaría en casa de Curra, porque ¡claro está! como era viernes... Pero supieron luego que el grand complet era aquella noche, ¡quién lo creyera!, en casa de la Villasis; y por eso, ellos, muy indignados, habían venido a protestar, porque no les parecía decente acostarse en aquella ocasión sin dar las buenas noches a la pobre Curra.