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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Fuese, pues, derecho al bulto, no bien el coche se puso en movimiento, y apoyado en la autoridad de sus años, en la confianza del parentesco que con Villamelón tenía y en su dignidad de jefe de la brigada femenina conspiradora, le pidió categóricas explicaciones del hecho... Mas Currita, volviendo a abrir palmo y medio los claros ojos y muy espantada y ofendida, y casi llorosa, se limitó a repetir la historia ya referida, con nuevas afirmaciones y protestas... Suponer otra cosa era un insulto verdadero. ¿Por quién se la tomaba a ella? ¿Pues no había dado toda su vida pruebas del más leal afecto a la real familia?... Y aun cuando ella fuese capaz de semejante infamia, ¿se la hubiera permitido acaso Fernandito, cuya sangre había corrido en el combate navo-terrestre de Cabo Negro, al grito de Isabel II?... Justamente tenía él tal odio a la intrusa casa de Saboya, que jamás ponía el sello de una carta sin colocar al pobre don Amadeo con la cabeza para abajo. ¡Que lo había dicho Isabel Mazacán, cuyas intimidades con el ministro revolucionario debía hacerla a ella misma tan sospechosa!... ¿Pues no sabía todo el mundo que la tal condesa de Mazacán era una intriganta, que andaba detrás del viaje a Roma con la reina, para tapar a García Gómez ciertos líos antiguos que debía de arreglar allí con un príncipe italiano?...

Vio entonces a su espalda, en el mismo salón azul, una dama muy apuesta y elegante dormida en una butaca: tenía en la mano un número de un periódico de modas, caído negligentemente sobre la falda, y dábale de lleno en el rostro la tibia luz de una gran lámpara colocada en un trípode, cuyos reflejos recogía amplia pantalla de seda de suaves matices... Era Isabel Mazacán, la pérfida Mazacán, reconciliada dos meses antes con Currita y dispuesta a pelearse otras mil veces con ella en cuanto el tiempo y la ocasión se presentasen.

Currita, que tenía sobradísimas razones para saber que García Gómez debía de haber dicho cosas muy distintas, dio un par de chupaditas al cigarro, que con tanto hablar ya se apagaba, y dijo a la Mazacán muy despacito: Pues mira; también tengo mi quejilla contra... tu García Gómez... Porque como ministro de Estado que es, entretiene sus ocios registrando toda la correspondencia que viene de París... ¡ hija mía, ; no lo defiendas!... En el gabinete negro se abre toda la correspondencia antes de que llegue a su destino, y por eso pudo decir en el consejillo que ayer vino para una carta de la reina, que debió probar al Ministerio todo lo absurdo de sus pretensiones.

¡Pues muy mal hecho!... ¡Lástima de tiempo perdido! le interrumpió Isabel Mazacán con un mohín graciosísimo.

Y se quedó mirando de hito en hito a Isabel Mazacán, cuyas misteriosas ganas de acompañar a la reina destronada en aquella expedición eran de todos conocidas. Esta, que hacía largo tiempo que sentía furiosos hormigueos en la lengua, se aprestó a soltar alguna de sus crudezas.

Y en esto concluyó Isabel Mazacán su aparte con el marqués de Butrón, y disculpándose con Currita de no acompañarla a la visita de la Inclusa, por habérsele ya hecho tarde, se marchó al parecer algún tanto disgustada. Currita decidió entonces volverse a su casa, y el marqués de Butrón se despidió también en el acto. ¿Tiene usted coche, Butrón? preguntó ella al diplomático.

¡Ay, no, no; lo que es eso no! exclamó la Mazacán muy desolada . Por nada del mundo renuncio yo al gustito de hacerla rabiar un rato... ¡Pero si eso no puede ser cierto!... ¡Si todo podrá arreglarse! Pues mientras usted lo arregla, nosotras nos divertiremos...

Pues por dos razones... La segunda, porque no querrías ir... Y la primera, porque María Villasis no querría que yo fuese dijo la Mazacán echándose a reír con todo su desparpajo. Justo replicó Currita . Lo mismo, lo mismo que don Simplicio Bobadilla Majaderano y Cabeza de Buey: «Puesto que Leonor renuncia a mi mano, renuncio a la mano de Leonor...».

Tocóle la vez de enfurecerse a Isabel Mazacán, y mientras el viejo Butrón disimulaba un repentino sobresalto, como si juzgase aquel nombramiento cosa de grave peligro, dijo ella muy contrariada por el fiasco de su noticia: Pues, señor, ¡me pasmo de su pasmo de ustedes!... ¿A qué viene ese espanto?... ¿Acaso Curra ha tenido alguna vez vergüenza?

La Mazacán había roto los guantes apretando los puños y daba gritos con su hermosa voz de soprano. La otra, tiesa en su asiento, erguida la cabecita como la de una víbora que se defiende, escupía sus desvergüenzas sin moverse, sin mirar a ninguna parte, como una figurilla de ira petrificada.

Palabra del Dia

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