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Y, estando un día a la mesa con los duques, y comenzando a poner en obra su intención y pedir la licencia, veis aquí a deshora entrar por la puerta de la gran sala dos mujeres, como después pareció, cubiertas de luto de los pies a la cabeza, y la una dellas, llegándose a don Quijote, se le echó a los pies tendida de largo a largo, la boca cosida con los pies de don Quijote, y daba unos gemidos tan tristes, tan profundos y tan dolorosos, que puso en confusión a todos los que la oían y miraban; y, aunque los duques pensaron que sería alguna burla que sus criados querían hacer a don Quijote, todavía, viendo con el ahínco que la mujer suspiraba, gemía y lloraba, los tuvo dudosos y suspensos, hasta que don Quijote, compasivo, la levantó del suelo y hizo que se descubriese y quitase el manto de sobre la faz llorosa.

Sin embargo, veía delante de á doña Ana, pálida, llorosa, aterrada. El duque necesitaba decirla algo. Vaciló algún tiempo, y al fin la dijo: No soy el rey, pero soy sobre poco más ó menos lo mismo que el rey; ¿queréis servirme? dijo doña Ana ; vuestra soy en cuerpo y en alma si me salváis y me vengáis. ¡Vengaros! ¿y de quién? Del duque de Uceda.

Pero la conversión de ésta se verifica á su vez, puesto que su ángel de la guarda, por una ocurrencia singular del poeta, se junta también con la banda de ladrones, vestido como ellos, y la exhorta y persuade de tal suerte, que, arrepentida y llorosa, se consagra á hacer penitencia en una celda inmediata á la de San Franco. Rosæ virginis auct. Leon. Comedias de Moreto.

Mary seguía temblando, hasta que de pronto sus manos abandonaron el teclado y su cabeza fue a posarse en un hombro de Jaime, como un pájaro que abate sus alas. ¡Oh, Richard!... ¡Richard, mon bien aimée! El español vio sus ojos extraviados y su boca llorosa que se ofrecían; sintió en sus manos las manos frías de ella, le envolvió su aliento.

LEONOR. Duerme tranquilo, mientras rugiendo atroz sobre tu frente rueda la tempestad, mientras llorosa tu amante criminal tiembla azorada. ¿Cuál es mi suerte? ¡Oh Dios! ¿Por qué tus aras ilusa abandoné? La paz dichosa que allí bajo las bóvedas sombrías feliz gozaba tu perjura esposa... ¿Esposa yo de Dios?

La gran verdad, resumen de todas las experiencias de la vida, la verdad que buscamos a tientas y desechamos muchas veces al encontrarla; la que sólo reconocemos en el último momento, cuando ya es imposible recomenzar y los errores no tienen remedio, salía de su boca llorosa: «Renuncio a mi divina ciencia y se la doy al mundo.

¡Por piedad, no me abandonéis! exclamó temblando la llorosa doncella. No lo temáis, le dijo Roger resueltamente. Y vos, Hugo de Clinton, no debiérais olvidar, pues noble sois, que nobleza obliga. Deponed vuestro furor y dejad partir en paz á esta dama, como os lo pide encarecidamente, no un villano, sino un hombre tan bien nacido como vos. ¡Mientes!

Echó mano apresuradamente a los gemelos del capitán que colgaban de la baranda, y pudo ver a su novia llorosa con un pañuelo en la mano haciéndole señas. Sacó el suyo del bolsillo y contestó lleno de emoción. La tarde estaba tranquila, el cielo nublado, las aguas de la pequeña bahía inmóviles y verdosas espejaban confusamente la columna de humo que el vapor dejaba en pos de .

A eso de un cuarto de hora más tarde volvió el soldado de la ciencia a presentarse y pidió agua para lavarse las manos.... Mientras Chinto buscaba torpemente una jofaina, la madre, llorosa, temblando, preguntaba nuevas.

Rosa entra a la iglesia hollando con religioso respeto las losas sombrías. Dos hachas de cera arden en el fondo, junto a la capilla mayor. Su luz llorosa y vacilante hace entrever, dentro de negro ataúd, las manos entrecruzadas de un muerto y el amarillento sayal con que lo han amortajado. Ni una flor, ni una plegaria, ni un paño mortuorio. La doncella se aproxima.