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Actualizado: 12 de octubre de 2025


En su estrado estaba doña Mencía, sola y entregada a sus rezos, en una hermosa mañana del mes de Abril, cuando su doncella Leonor entró precipitadamente, asustada y llorosa, y se echó a sus pies pidiendo perdón y refugio. Yo no tengo la culpa, señora; yo no tengo la culpa. Mi padre se enoja contra , y quiere matarme sin justo motivo.

Venus que salió de en medio de sus ondas, renace del mar todos los días no la Venus enervada, la llorosa, la melancólica, sino la Venus verdadera, victoriosa, con su poder triunfal de fecundidad, de deseo. ¿Cómo efectuarse la reconciliación entre esa gran fuerza, saludable pero áspera, salvaje, y nuestra gran debilidad? ¿ Qué enlace podía haber entre dos partidos á tal punto desproporcionados?

No; la víctima era ella; inocente y dulce criatura abandonada por un prometido infiel é ingrato. Se mostró llorosa como Dido después de la partida del hijo de Anquises; pero ella no había subido ¡ay! á la pira fatal, sino que había consumido su vida en las penas. Una reclusión completa había sido la consecuencia de la cruel decepción experimentada.

Vió una Popito llorosa y humilde, que en nada hacía recordar al doctor juvenil y seguro de mismo conocido días antes. ¡Gentleman gimió , van á matar á Ra-Ra! Y fué contando rápidamente todo lo que había ocurrido el día anterior en la Ciudad-Paraíso de las Mujeres. Los hombres de la capital se habían mostrado menos audaces que los de otros Estados.

Besó a Lita en los cabellos, escuchó estupefacta su petición, y le observó: ¡Pero si no sabes tejer, mi tesoro! Mimosa y llorosa, contestó la niña: No importa, mamá. me enseñarás.

La luna reflejaba su cara bonachona en el cristal azul del agua que transcurría silenciosa. Los dos huyeron de la luz. Querían descansar; sentíanse sin fuerzas para seguir adelante, y se detuvieron junto a un desmonte, ocultándose en la sombra que proyectaba la masa de tierra. Sonaron en la penumbra suaves chasquidos, apagadas voces de protesta. Feli hablaba quedamente, con llorosa voz.

-Pero, ante todas cosas, es menester que esta buena dueña y esta mala doncella pongan el derecho de su justicia en manos del señor don Quijote; que de otra manera no se hará nada, ni llegará a debida ejecución el tal desafío. -Yo pongo -respondió la dueña. -Y yo también -añadió la hija, toda llorosa y toda vergonzosa y de mal talante.

La dueña Rodríguez clamaba llorosa: Yo no soy fantasma, ni visión, ni alma del purgatorio, sino doña Rodríguez, la dueña de honor de mi señora la duquesa, y vengo a inculparos de vuestra sátira contra todas las dueñas, encarnadas en vuestra falsa y mentirosa Dueña Dolorida!...

Demasiado buena moza, demasiado hermosa, por desgracia... pero ya está ahí... vete... por ahí... Y le señaló á Santos una puerta de escape. La condesa entró en el despacho del duque, cerró la puerta, y asiendo un sillón, le acercó al del duque y se echó el manto atrás. ¿Qué es esto, Catalina? ¿qué es esto? ¡Pálida, llorosa, con los ojos encendidos! ¿Qué tienes, condesa?...

Ella, con las mejillas cual la grana y cortada la voz por cien suspiros, llorosa le decia llena de rabia insana: «¡No te he querido nunca, no te quiero!» Y él tambien, á porfía, «Tampoco yo te quiero» le decia. Y al cabo, tantas cosas se dijeron, un odio tan eterno se juraron, que uno y otro su paso detuvieron y sin decirse adios, se separaron.

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