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Actualizado: 12 de octubre de 2025
Entonces cayó un nuevo aluvión de maldiciones sobre el gitano, y todo el pueblo, en un movimiento espontáneo, se dejó caer de rodillas para pedir a Dios que hiciera hundir aquella tartana, que parecía burlarse de la llorosa multitud desplegando sus brillantes paveses de mil colores.
Según me dijo, el mismo día 3 de mayo se presentó allí un hombre de antiparras verdes, el cual conducía dentro de una litera a cierta joven llorosa y al parecer enferma. No encontrando a la señora, preguntó por su hermano, con el cual hubo de conferenciar más de dos horas. Despidióse al cabo, dejando a la madamita en la casa. El hermano de la Sra.
Pasó un buen rato sin que acudiese la chica, impacientose el ama, y al llamar por tercera o cuarta vez, entró al fin la muchacha diciendo llorosa y acontecida: Dispense V. E..., estaba arriba... porque a mi hermana paece que se la yeba el Señor. ¿Qué le pasa?
Quise protestar, pero me interrumpió con un gesto y siguió diciendo a Máximo: Quiero que sepa que no pongo en esto ninguna obstinación mal intencionada, y que, si dependiese de mí, no contristaría a tan buena hija ni vería su cara llorosa y angustiada sin transigir, por lo menos, con Dios-Padre... al que no niego absolutamente, pero que es para mí lo incognoscible.
Lo que hizo fue mandar un recadito a su amiga, sacándola del purgatorio de incertidumbre y tristeza en que estaba. Servía de Celestina para estas comunicaciones la tía de Fortunata, Segunda Izquierdo, que en Mayo último se le había presentado, miserable y llorosa, a que le diera una limosna.
Admiró la princesa este miembro atlético, de piel obscura cortada por la blanca tortuosidad de la carne nueva. ¡Las otras!... ¡Quiero ver las otras! ordenó, clavando en él unos ojos agresivos como si fuese á morderle, mientras se doblaba hacia abajo el arco de su boca con llorosa humedad.
Dijo, y volviéndose del otro lado se fue aletargando. Poco después dormía profundamente. Después de contemplarle un rato, considerando que era cosa perdida, Salvador se retiró con el alma llena de tristeza. Pasaron tres días. Una mañana entró Salvador en su casa y halló a Doña Hermenegilda consternada, llorosa.
A veces creía que se odiaban, a veces que se querían; siempre le parecieron un enigma viviente y trágico, una sima de pasiones pavorosas, a cuyo borde andaba la infeliz todo temerosa y estremecida, con un paso incierto de sonámbula, con una mirada pávida y llorosa, llena de lejana tristeza.
Y sus últimas palabras ya no se oyeron, pues se alejó con la cara oculta en el delantal. Isidro hizo subir en un carruaje de alquiler a la llorosa Feli, conmovida por los adioses de la gitana. Recordaba el joven los primeros tiempos de su amor, cuando vagaban por las cercanías de Madrid, ocultándose de las gentes. Desde entonces no habían ido en coche.
Deseaba olvidar todo esto, y para conseguirlo concentró su atención en las revelaciones que ella le había hecho y en sus dolores de madre. ¡Infeliz Alicia! Al verla empobrecida y llorosa, sin otra ayuda que la que él pudiese concederle, empezó á sentir por esta mujer un afecto duradero.
Palabra del Dia
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