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Con el sucio pañuelo de hierbas en la mano, accionaban dando gritos ante el mostrador de Espantagosos; pero las rarezas de aquel señorito que hablaba solo y miraba al balcón de enfrente llamaron su atención, y con la cariñosa insolencia de los borrachos alegres, pusiéronse a contemplarle, riendo de sus gestos dolorosos.

Estaba este monarca en Deli, y gocé el gusto imponderable de contemplarle facha á facha el dia de la pomposa ceremonia en que recibió la celestial dádiva que le enviaba el cherif de la Meca, y era la escoba con que se habia barrido la santa casa, la caaba, la belh-Alah: escoba que es el símbolo que alimpia todas las suciedades del alma.

A los médicos no se nos escapa nada. ¿Quieres que te lo cuente?». Isidora se turbó otra vez. «Pues oye: la semana pasada llegó de Francia Joaquín Pez en el estado más deplorable. Sus acreedores, cansados ya de contemplarle, le han caído encima como buitres hambrientos. Su padre ha decidido no ampararle más y le ha echado de su casa...

Y el señor Tomás empezó: Hoy hace un año, hermanos y hermanas en Jesucristo dijo con severa pausa, un año cumple hoy, que mi hijo regresó de correr los lodazales del vicio y de gastar su salud con las hijas del pecado. La risa cesó de golpe. Véanle ahora, ¡Carlos Tomás, levántate! Carlos Tomás obedeció. Hoy hace un año y ahora pueden contemplarle.

Su madre, que no se cansaba de contemplarle, había tenido que acelerar el final de la entrevista, asustada por ciertos ruidos. «Márchate; podría sorprendernos, y el disgusto sería enorme.» Y él había huído de la casa paterna saludado por las lágrimas de las dos señoras y las miradas admirativas de Chichí, ruborosa y satisfecha á la vez de un hermano que provocaba entre sus amigas escándalo y entusiasmo.

Se sentó atrás, junto al estribo, para que todos pudieran contemplarle, y sonrió, contestando con movimientos de cabeza a los gritos de algunas mujeres desarrapadas y al corto aplauso que iniciaron los chicuelos vendedores de periódicos. El carruaje arrancó con todo el ímpetu de las valientes mulas, llenando la calle de alegre cascabeleo.

Así que mirábanle de hito en hito mientras arrastraba con sus manos enguantadas una silla y la colocaba entre los esposos. Y después de sentado aún siguieron mirándole, esperando sin duda algo que debía decir. Octavio Rodríguez dijo al fin éste mirando á uno y á otro. ¡Ah! dijo el conde, sin dejar de contemplarle y esperando sin duda mejores explicaciones.

El mismo clavel, doble, reventón y encarnado, con el rabillo tronchado al rape: el que se le había caído a Nieves de la boca y había recogido él... para volverle a tirar porque a Nieves ya no le servía... Este era el caso. Recogido el clavel, y después de contemplarle mucho, y hasta de examinar la huella de los dientecitos de la sevillana, le olió con avidez.

Este desmayo terrenal era, según creían, sólo otra faz de la fuerza celestial del ministro; ni se hubiera tenido por un milagro demasiado sorprendente contemplarle ascender en los espacios, ante sus miradas, volviéndose cada vez más transparente y más brillante, hasta verle por fin desvanecerse en la claridad de los cielos. El ministro se acercó al tablado y extendió los brazos.

El padre de Magdalena, sentado junto a la chimenea con la cabeza oculta entre las manos, estaba abstraído en tan hondas reflexiones que no lo oyó entrar ni notó su presencia cuando llegó adonde él estaba, hasta que Amaury, después de contemplarle un momento, le preguntó con acento de inquietud: ¿Qué ocurre? ¿Por qué me ha hecho usted llamar? ¿Ha recaído Magdalena?