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Actualizado: 14 de mayo de 2025


El conocimiento intuitivo es aquel en que el objeto se presenta al entendimiento tal como es, sin que la facultad perceptiva haya de ejercer otra funcion que la de contemplarle; por esto se llama intuicion, de intueri, mirar.

Mi deber me ordena el atreverme a todo para conseguir el bien; lo seguire, pero sera con prudencia. Senor, vos me habeis ordenado el venir a encontraros al ponerse el sol; vedle que va a eclipsarse detras de la montana. iBien! quiero contemplarle.

A fin de probaros que la razón no me falta, os contaré una parábola, si tenéis calma para oírla. CREMATURGO. Cuenta. EUMORFO. Te escucho. PROCLO. Nada. Te escucho también. ASCLEPIGENIA. En el jardín de este palacio hay un rosal, que estaba casi seco y perdido por hallarse en terreno estéril. ¿Qué necesita? me dije yo al contemplarle. Mantillo, me respondí.

Entonces, D. Alonso se retiró, tan pálido como el cadáver de su amigo, que yacía mutilado en el piso del alcázar. Cuando bajó mi amo, el comandante quedó solo arriba, con tal presencia de ánimo que no pude menos de contemplarle un rato, asombrado de tanto valor.

La cual, después de contemplarle con cariñosa avidez unos momentos, añadió: Pues yo : «¡A ella, Cornias; a ella solaMal andaba yo de fuerzas entonces, ¡muy mal!... no podía andar peor; pero me hubiera atrevido a jurar que estaba usted gastando las últimas en ponerme en manos de Cornias... ¡Ay, Leto!

¡Y Luz, en cambio, con haberle tratado tanto, ignoraba todavía cómo se llamaba él!... Se atrevió a preguntárselo. Me llamo Ángel respondió el mozo. ¡Ángel! Por arcángel le había tomado ella muchas veces al contemplarle en su imaginado paraíso guardándole las puertas. ¿Qué venía a suponer esa leve discrepancia de jerarquías? Siempre resultaba el mismo «guardián». Pero ¿dónde la había conocido?

El cocinero, al contemplarle amorosamente con sus ojos enfermos, creía haber dado un salto atrás de docenas de años y hallarse todavía en Valencia hablando con el otro Ferragut que se escapaba de la Universidad para remar en el puerto. Casi llegó á creer que había vivido dos veces. Escuchaba las quejas del muchacho, interrumpiéndolas con solemnes consejos.

Apenas Judas Abravanel hubo pronunciado estas palabras, muchos de la comitiva, y particularmente las damas, le cercaron para contemplarle y aplaudirle. Sus discretísimos Diálogos de amor eran muy admirados en la corte. La Reina, la Infanta doña Beatriz y otras muy sabias señoras se deleitaban leyendo en italiano aquellas tan sublimes filosofías.

Todos habían creído, durante un segundo, enganchado en los cuernos al matador; todos daban por seguro verle caer ensangrentado sobre la arena; y al contemplarle de pie, aturdido aún por el choque, pero sonriente, la sorpresa y el asombro aumentaban el entusiasmo. ¡Qué bruto! gritaban en los tendidos, no encontrando nada más justo para expresar su admiraciónQué bárbaro!

El pobre muchacho, con las manos en los bolsillos y la cabeza caída sobre el pecho, no dijo una palabra. El comandante, después de contemplarle unos momentos con expresión compasiva, le puso blandamente la mano sobre la espalda y le preguntó, con esa aspereza cariñosa, tan propia de los hombres que han educado sus afectos entre los rigores de la ordenanza militar: ¿Duele, amigo?

Palabra del Dia

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