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Llegamos á Cabra, tan famosa por su sierra , por su nava , por su sima , por su origen griego , por su antigüedad romana, por sus obispos, por sus condes, por las sangrientas contiendas de su detentador D. Juan Ponce de Cabrera con la órden de Calatrava, por la dura esclavitud que un rey de Granada impuso á todos sus moradores, por la reconquista y cesion á D.ª Leonor de Guzman que de ella hizo el rey D. Alonso XI; y me preguntas asombrado dónde está su poderoso castillo.

Solo se encontraron ranas en lo profundo de la Sima. No sin fundamento la mira con espanto el vulgo, porque el puntilloso honor andaluz la escogió algunas veces para sepultura de los infelices autores de sus mancillas.

El recuerdo de algún compañero muerto en estos pasos difíciles, congelaba su sangre un momento: «Allá abajo está Fulano». Allá abajo, en el fondo de la sima negra que bordeaban a tientas, con el tacto de los ciegos; donde sólo podían verle los cuervos, que poco a poco dejarían blancos sus huesos bajo el peso de la mochila, mientras en su casa, la familia, hambriento, movida por una remota esperanza, aguardaba que un día u otro se presentase.

¡Ay -dijo entonces Sancho Panza-, y cuán no pensados sucesos suelen suceder a cada paso a los que viven en este miserable mundo! ¿Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de una ínsula, mandando a sus sirvientes y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie, ni criado ni vasallo que acuda a su socorro?

Con los ojos cerrados y el pensamiento dando vueltas, como una rueda loca, creía estar suspendida en el vacío, en una sima lóbrega, sin otro apoyo que aquellos brazos de hombre. Si la soltaban, caería y caería sin tocar nunca el fondo: e instintivamente se agarraba a su sostén. Luis no estaba menos turbado que su pareja. Respiraba sofocado por el peso de la moza.

Ahora bien: por grande que sea tu obcecación; por hermoso que se te pinte en los ojos lo que hay del lado de allá de la puerta, ¿te atreverás a entrar por ella con tal fardo de ignominias a la espalda? Esto es lo que has de meditar, hijo mío, con la cabeza fría y el corazón sosegado. Ángel no quiso oír más ni añadir una palabra. ¡Tan honda y tan negra le iba pareciendo la sima!

Si otra víctima exige el holocausto escala con la cruz la sima s

¡Voto a tal! -respondieron-, y por el nacimiento de quien vuesa merced quisiere, juro, señor don Quijote de la Mancha, que yo soy su escudero Sancho Panza, y que nunca me he muerto en todos los días de mi vida; sino que, habiendo dejado mi gobierno por cosas y causas que es menester más espacio para decirlas, anoche caí en esta sima donde yago, el rucio conmigo, que no me dejará mentir, pues, por más señas, está aquí conmigo.

Un espantoso dragón, amaestrado sin duda por los hombres rojos, velaba en el fondo de la sima con el tesoro debajo de su panza. El imprudente que se descolgaba le servía de pasto.

Yo me acordaba de las fantasías de Yurrumendi acerca de la sima que hay en aquel sitio en el mar, y me veía bajando al insondable abismo con una velocidad de veinticinco millas por minuto. A pesar de las seguridades de Recalde, el cielo no aclaraba; por el contrario, iba quedando más turbio, más gris; había pocas traineras y lanchas de pesca fuera del puerto.