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Actualizado: 24 de junio de 2025


A veces sentía D. Evaristo gran regocijo oyéndola, a veces verdadero terror; pero de todas estas sesiones salía al fin con impresiones de tristeza, y pensaba así: «Si hubiera caído antes en mis manos, si yo la hubiera cogido antes, todas esas ignominias se habrían evitado... ¡Qué lástima, compañero, qué lástima!... Y lo más raro es que después de tanto manosear hayan quedado intactas ciertas prendas, como la sinceridad, que al fin es algo y la constancia en el amor a uno solo...».

Por consiguiente, bien podía la señora estar tranquila sobre este particular. Segundo punto: Fortunata sería todo lo mala que se quisiera suponer; pero había pertenecido a la familia, y la persona más importante de esta no podía menos de echar una mirada a la descarriada joven para enterarse de sus pasos, y tratar de impedir que arrojase sobre el claro apellido de Rubín ignominias mayores.

Yo he visto algo semejante en el teatro saliendo por escotillón, envuelto en un sudario... Un espectro. Eso es ella, con su misma lividez y con la misma voz y el mismo miedo que infunde. Y ¡qué ojos los suyos! Me parecía que con la mirada me iba sacando todas las ignominias de mi vida para arrojármelas al rostro entre maldiciones. Y el caso es que este temor me tenía sobresaltada.

Basta, señor; semejantes ignominias no valen el trabajo que se toma al formularlas. Vi brillar repentinamente los ojos del anciano bajo sus espesas cejas como si una chispa se hubiera desprendido de ellos. Una débil sonrisa desplegó las rígidas arrugas de su rostro.

Parecía que me miraba. Era de níquel, labrado, con muchos garabatos. Cuando te dormiste, me eché de la cama y lo cogí. Era un botón de mujer, de los que se usan ahora en las chaquetillas. Lo tengo guardado. Estas ignominias se guardan para en su día sacarlas y decir: ¿me negarás esto?... ¡Y siempre tan comediante! ¡Yo pasaba unas fatigas...!, pero nunca quise rebajarme al espionaje.

Ahora bien: por grande que sea tu obcecación; por hermoso que se te pinte en los ojos lo que hay del lado de allá de la puerta, ¿te atreverás a entrar por ella con tal fardo de ignominias a la espalda? Esto es lo que has de meditar, hijo mío, con la cabeza fría y el corazón sosegado. Ángel no quiso oír más ni añadir una palabra. ¡Tan honda y tan negra le iba pareciendo la sima!

»Pasando a otra cosa, yo tengo para que el marqués viudito está más tronado que la nación española. Sus deudas se remontan como el águila ávida de las altas cumbres; sus gastos no disminuyen. Para estos tales, carecer es morir, y pasarán por toda clase de ignominias antes que decapitarse renunciando al lujo y a la vida de rumbo y disipación.

Me he dicho mil veces: ¿daré el estallido o no daré el estallido?. En la situación de ese pobrecito, mi estallido sería su muerte. Por eso me contengo y me trago todo el veneno. ¿Ves?, mi cabeza se está llenando de canas desde que veo estas ignominias sin poderlas remediar...». Fortunata volvió el rostro para ocultar sus lágrimas.

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