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Ni han dado ni darán lo que no debe darse exclamó don Paco, perdiendo ya los estribos . Lo que yo te aseguro es que si Juanita quiere darme su mano, yo la aceptaré gustoso, y tendrás que respetarla como madre. ¡Jesús, María y José!, respetar yo a ese arrapiezo.... Se me caería la cara de vergüenza si hiciera usted semejante disparate. Pues sólo de Juanita depende que no lo haga.

Hacía planes de emancipación gradual, y estudiaba frases con que pronto debía manifestar su firme intento de romper aquella tonta y ridícula esclavitud; pero todos sus ánimos venían a tierra cuando consideraba el gran bochorno que caería sobre ella, si el bobito descubría la exploración hecha en el doble fondo del arca del tesoro. ¡Cristo Padre, cómo se iba a poner!... Grandísima falta había ella cometido al sustraer aquella porción de la fortuna conyugal, pues aunque la conceptuaba muy suya, no debió tomarla sin consentimiento del propio ratoncito Pérez... Pero mayor había sido su yerro al creer que con semejante hombre se podían tener bromas de tal naturaleza.

Estoy enferma no de qué: enferma de exceso de vida; me empuja no dónde; seguramente donde no debo ir... Si no fuese por mi fuerza de voluntad, caería tendida en este banco. Estoy como los ebrios que hacen esfuerzos por mantenerse sobre las piernas y marchar rectos. Era verdad, estaba enferma.

-Bien creo yo, marido -replicó Teresa-, que los escuderos andantes no comen el pan de balde; y así, quedaré rogando a Nuestro Señor os saque presto de tanta mala ventura. -Yo os digo, mujer -respondió Sancho-, que si no pensase antes de mucho tiempo verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto.

Para Ana el cuarto acto no ofrecía punto de comparación con los acontecimientos de su propia vida... ella aún no había llegado al cuarto acto. «¿Representaba aquello lo porvenir? ¿Sucumbiría ella como doña Inés, caería en los brazos de don Juan loca de amor? No lo esperaba; creía tener valor para no entregar jamás el cuerpo, aquel miserable cuerpo que era propiedad de don Víctor sin duda alguna.

El propósito de toda su vida, lo que había sostenido y declarado ante cuantas personas le trataban, su figura moral, en una palabra, que era ya la de un aspirante a santo, la de un hombre consagrado a Dios, la de un sujeto imbuido en las más sublimes filosofías religiosas, todo esto no podía caer por tierra sin gran mengua de D. Luis, como caería, si se dejase llevar del amor de Pepita Jiménez.

Dándolo por cierto y con entera resolución de llegar cuanto antes al fin que me proponía, le añadí: Con franqueza, tío: aunque nada me ha dicho usted nunca de ello, muchos síntomas bien claros me han hecho creer que, en su opinión, no caería mal en esta casa, mañana u otro día, ese pariente a quien ambos nos referimos. ¡Cascajo... pues yo lo creo!... ¡Como santo en su peana!

El Gobernador Bellingham, que durante los últimos momentos había tenido fijas en el ministro las ansiosas miradas, abandonando ahora su puesto en la procesión, se adelantó para prestarle auxilio, creyendo, por el aspecto del Sr. Dimmesdale, que de lo contrario caería al suelo.

Tantas veces me había amenazado con su cólera si la engañaba, que si no temía violencias contra mi persona, podía pensar que acaso, atentase á la suya. ¿Qué me quedaría si te perdiera? me decía. Mi vida caería en ruinas. Todo lo he abandonado por ti. Cuando te conocí era todavía una mujer del gran mundo. Ahora ¿qué soy? una entretenida.

La música, los aplausos, las voces y el murmullo constante del café formaban un run run tan insoportable, que el buen D. Evaristo creyó que se le iba la cabeza, y que caería redondo al suelo si permanecía allí un cuarto de hora más. Decidió retirarse, descontento de no haber encontrado solo a Juan Pablo, pues delante del farmacéutico no podía hablar del espinoso asunto que entre manos traía.