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Vamos, tranquilízate, «mon cher» le dijo el gascón. ¿Te han aterrorizado las ratas del sótano? En mi tiempo, los jóvenes eran más animosos. Cuando yo tenía quince años... Dejad vuestra historia para otro momento, vizconde, si os place. Ahora beberemos interrumpió con serena autoridad don Fernando. Tenéis razón, querido consuegro. Bebamos a la salud del último duque de Sandoval.

El dominico le prestó un tomo de Selgas y un folleto con discursos de don Alejandro Pidal y Mon. Belarmino cortó al pájaro las guías de las alas y lo metió en el fondo de un barril oscuro. Allí le daba sopas en vino blanco fuerte, e inclinándose sobre el tonel le leía, separando bien las palabras, versos de Selgas y párrafos de Pidal.

¡Pues corro á buscarlo yo mismo, para que lo castiguéis cual se merece quien de tal suerte ofende á mi buen parroquiano, el señor Oscar Reginaldo Bombardón de Pelisier! ¡Pas si vite, mon ami! Yo sabré buscarlo en su día. Imaginaos el destrozo que sufriría vuestra hacienda si ese gigante y yo trabásemos aquí descomunal combate.

Creía de buena fe, con un escepticismo de profesional fatigada, que todos habían venido al mundo sólo para esto y eran incapaces de experimentar otros deseos. En todos los viajes es lo mismo, mon cher. Así como nos acercamos al Ecuador, los hombres se ponen locos y hay que sacudírselos como moscas. Y yo, ¡por nada del mundo!... ¡Aunque me ofrezcan mil! ¡aunque me ofrezcan dos mil!

Vous n'en restez pas moins une femelle encore, Pour qui toujours l'idée es la grande adversaire! Serre-moi sur ton coeur, et tais-toi! Ja te serre, Ouì, sus mon coeur de Coq! Mais c'eût été meilleur De te serrer contre mon âme d'éveilleur! Me tromper pour l'Aurore! Eh bien, quoi qu'il t'en coûte, Trompe-l

El silbido de la flecha se oyó á gran distancia; el medidor del terreno se arrojó de cara al suelo y levantándose enseguida echó á correr en dirección opuesta al grupo que formaban los tiradores. ¡Aprieta, Tristán! ¡Si no se tira al suelo no lo cuenta! ¡Bien, muchacho! exclamaron los arqueros. ¡Mon Dieu! No he visto jamás proeza igual, dijo el de Brabante.

lo has visto, Tristán, y sabes si es rico y mullido. Lo acomodé bien envuelto sobre una mula del vivandero y allá lo tengo en una venta cerca de Dunán, para el día en que me case. ¿Te acuerdas de la ventera, mon petit? preguntó á Roger, guiñándole el ojo. ¡Adelante! vocearon tres ó cuatro arqueros. Eso es, continuó el veterano.

Oh, mon cher! cantaba Mon Oscar!... estábamos en el avant-scène, con los attachés de la legación turca, y la muy ricotona me cantaba a solo todos los couplets... la sala ardía de envidia!... Yo estaba irreprochable... mis zapatos barnizados, mis guantes amarillos, un sobretodo de cuellos de silkskin... en fin, ¡espléndido!

Una simple maniobra había derrotado al valiente Quiroga, y tantos horrores, tantas lágrimas derramadas para formar aquel ejército, habían terminado en dar a Facundo una temporada de jugarretas y algunos miles de prisioneros inútiles a Paz. Ricardo. Un cheval! Vite un cheval... Mon royaume pour un cheval!

Una noche, por ejemplo, se ponían en la escena en movimiento los muñecos de palo de Racine y de Corneille, oyéndose en monótonos yámbicos españoles lo que los franceses califican de dignidad indispensable del estilo trágico, esto es, frases ridículas de polichinelas, como la siguiente: Mourons, mon cher Osmin, moy comme un visir, et toi Comme le favorí d'un homme tel que moy.