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, afirmó Pecado, despidiendo de sus ojos brillo de animación y alegría . Para ir mandando la tropa y arreando palos..., así..., ¡toma! No, no, no se pega. No creas que los generales pegan... Hay carreras preciosas, como Estado Mayor, Ingenieros, Artillería. ¡Artillero, artillero! gritó Pecado, dando golpes en la mesa . Ya me verás, cañonazo va, cañonazo viene... ¡Bum, bum!

Es el espíritu guerrero de la Europa hasta en el arma en que ha servido; es artillero, y, por tanto, matemático, científico, calculador. Una batalla es un problema que resolverá por ecuaciones, hasta daros la incógnita, que es la victoria. El general Paz no es un genio, como el artillero de Tolón, y me alegro de que no lo sea; la libertad pocas veces tiene mucho que agradecer a los genios.

¡Pero tonto, si todo fue por probarte...! El artillero, ¡valiente mico! Yo sólo te he querido a ti; pero a mamá no le parecía bien nuestro noviazgo, lo tenía por cosa de poca formalidad, y hube de obedecerla. ¿Y ahora? Ahora es otra cosa. No qué mosca le ha picado a mamá. Antes eras un títere, y ahora parece que te considera mejor. En esto debe bailar tu papá.

A las justas observaciones del capitán explicándole lo imposible de realizar su petición por no tener pasaporte ni haber llenado ninguno de los requisitos de embarque, la india rompió á llorar; volvió á suplicar, y no pudiendo conseguir nada, secó sus lágrimas, y dirigiéndose silenciosamente al portalón tiró á la mar los doscientos pesos. ¡Pobre Titay! oímos decir á un artillero que veía alejarse la barquilla en que iba la india. ¿Quién es Titay? preguntamos nosotros.

Habíase quitado los guantes para tocar el órgano, y Juan sentía aún el contacto de aquella pequeña mano desnuda que vino a posarse fresca y suave en su gran manaza de artillero. Me engañaba hace un momentose decía Juan, la más linda es miss Percival. La maniobra había terminado.

Se pidió el parecer del capitan superior, mas este afirmaba que habia 17 cargas, y para cada cañon cuatro; y aun mas, fueron traidas: entonces se vió claramente la mentira del artillero; con todo se sentia la poca providencia que se habia tenido en esto.

Al pie de la pieza más próxima se erguía, con el tirador en las manos, un artillero de cara impasible. Debía estar sordo. Su embrutecimiento facial delataba cierta autoridad. Para él, la vida no era mas que una serie de tirones y de truenos. Conocía su importancia. Era el servidor de la tormenta, el guardián del rayo. ¡Fuego! gritó el sargento. Y el trueno estalló á su voz.

Había caído de lo alto de una peña abrazado a la osa mal herida que perseguían los vaqueros hacía una semana. Murió con gloria el artillero, pero su viuda se encontró abrumada de trampas, de deudas y para sarcasmo de la suerte, dueña de créditos sin fin que no se cobrarían jamás. Volvió a Matalerejo, después de perder por embargo cuanto tenía.

Hace treinta años que el ilustre poeta D. Estéban Echeverría consignó estas palabras en un libro dedicado á la jóven generacion de sus dias: «El señor Mitre, artillero científico, soldado en Cagancha y en el sitio de Montevideo, ha adquirido, aunque muy jóven, títulos bastantes como pensador y poeta.

Siempre había admirado al hermano por su buen gusto ingénito; y guardó en su memoria estos detalles para comunicarlos por escrito á René. Luego pensó en la conveniencia de sorprender á mamá con una demanda de empréstito para hacer por su cuenta un envío al artillero. Don Marcelo contemplaba ante él quince días de satisfacción y de gloria. El subteniente Desnoyers no pudo salir solo á la calle.