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Actualizado: 22 de junio de 2025
En nuestra vida de artistas es imposible avanzar un paso sin despertar el odio del camarada, la más implacable de las pasiones. Y ¿sabe usted lo que han dicho de mí esas buenas gentes? Pues que soy una mujer galante más bien que una artista; una especie de cocotte que canta y se exhibe en el escenario como en un escaparate. Eso es una infamia dijo Rafael con arrogancia.
Por una asociación de recuerdos, volvió á su memoria el «Mon gros loup cheri», y sin saber por qué, sintió una tentación infantil de reír ante el gigantón de aspecto imponente; de arrojarse á su cuello, repitiendo, como Dios le diera á entender, aquella frase de cocotte, que debía encerrar algún misterio mágico para apoderarse de los hombres.
De tarde en tarde llegaban vagas noticias que hacían palidecer de rabia a la noble señora. Unas veces la veían en París, otras en Madrid, llevando una vida de cocotte elegante. Cambiaba con frecuencia de protectores, pues los atraía a docenas con su gracia picaresca.
Pensó por un momento traerla á Bilbao, pero había desistido de ello, no por miedo á la familia, sino por temor á la villa hipócrita y triste, que toleraba el amancebamiento con criadas y costureras, que cerraba los ojos ó sonreía bondadosa ante el capricho del rico con mujerzuelas que no abandonasen su condición de pobres, pero se escandalizaba y enfurecía ante la cocotte, la hembra que pusiera en sus sonrisas algo de distinción, y rodeara de una sombra de amor las necesidades de la carne.
Contestó muy fino en una esquela perfumada, como todas las suyas, que parecen de cocotte de sacristía.... ¿Qué contestó? Que estaba en cama y que hiciera mamá el favor de mandarle la receta de aquella purga tan eficaz que ella conoce. El pobre Bermúdez sería feliz, dado que te desbanque, si no fueran esas irregularidades de las vías digestivas.
La música no era un medio para deleitar a las muchedumbres, luciendo la hermosura y llevando por todo el mundo una vida de cocotte célebre; era una religión, la misteriosa fuerza que relaciona el infinito interior con la inmensidad que nos rodea. Sentía la misma unción que la pecadora que despierta arrepentida y en su fervor religioso no duda en hundirse en el claustro.
Una racha viviente, un huracán femenino que apareció en la puerta, acabó de despejarla del todo; entró Isabel Mazacán, con su paso de Diana cazadora, alta la cabeza, altiva la mirada; demasiado señoril para cocotte demasiado desvergonzada para gran dama. Besó a la duquesa, quitóse un guante, bebió dos sorbos de té...
Palabra del Dia
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