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Para D. Custodio el kundiman, el balitaw, el kumingtang eran músicas árabes como el alfabeto de los antiguos filipinos y de ello estaba seguro aunque no conocía ni el árabe ni había visto aquel alfabeto. ¡Arabe y del más puro árabe! decía á Ben Zayb en tono que no admitía réplica; cuando más, chino.

La alegre sonatina de los besos que da el viento a las palmas, tal vez rima a sus oidos el kundiman trovado en noche plácida. Mas ¡quién sabe...! Deshácese la tromba en aquellas montañas y alguien atrae allí el corazón virgen de la virgen tagala. En el album rosado de la vida también hay negras páginas, donde se ocultan los ensueños místicos bajo un velo de lágrimas.

Simula cordaje de una cítara que ondula, es blanda arcilla y música ese idioma , claro choque de perlas y corales, remedo de los coros celestiales que de Dios mismo su raigambre toma. Si lloro, se unifica con mi llanto, impregna hasta el kundiman cuando canto, y es en la liza imprecación y alerta.

Te remeda el gorjeo de la alondra, la imperativa voz de las trompetas, el quejido que emerge de la cuna y el doliente "kundiman" de mi tierra, el raudo vendaval que avanza indómito por cima de las altas cordilleras, y brama en los barrancos y hondonadas y en las rocas que hendieron las centellas.

En Ilang-ilang, El Kundiman, A Filipinas, Bajo las cañas... vibra aquel alma tagala tan incomprendida, psiquis sin complicaciones ni morbosidades, primitiva, melancólica, paciente, siempre opresa y nostálgica de libertad, nervea y con arrestos en las ocasiones altas. Trasciende en Bernabé, con muy gallardas estrofas en su obra, la preparación latina e hispano-clásica.

Abril, 1921. Tagalo Kundiman, Kundiman de versos de amores que en los plenilunios prefieres tu vuelo tender: tus suaves estrofas que lloran ocultos dolores dicen la nativa tristeza del atardecer. Tienes el aroma de nuestras edémicas flores y el ritmo y el mimo de un beso ideal de mujer, y resumes toda la queja de los soñadores de mi pobre raza, sujeta a un extraño poder.

Es sencilla, cual la flora de los bosques filipinos donde aletea el suspiro perfumado de los vientos: tiene un alma grande y noble y en sus labios purpurinos van a morir dulcemente nuestros hondos sufrimientos. Tiene el eco sollozante de las notas del kundiman, tiene el ritmo alado y suave de los vates cuando riman las estrofas de un poema con palabras de ilusión;

Recuerdo que una tarde del Otoño, En la Villa del oso y del madroño, En casa de Paterno, De filipinas glorias Recolector eterno Y pensador de idílicas historias, Se hallaban literatos, Ministros, periodistas, Músicos y pintores, Y todos los artistas, En raros pugilatos, A conquistar aplausos o bellezas Exhibiendo primores En cultas gentilezas... Rizal, con tino singular y austero, Me señaló en un rico musiquero La colección de músicas tagalas, Diciénidome sincero: "Mi corazón palpita Cuando a la luz de filipinas galas La música infinita De un canto lastimero Despierta el alma mía Al kundiman de suave melodía..." Y me habló de la insólita guitarra Y me dijo galante: "Yo siempre pintaría al estudiante Con libro, con laúd y cimitarra". Y mientras la alegría fermentaba En aquellos espléndidos salones, De los ricos plafones Donde el genio ideal seleccionaba Filipinas pinturas, Y salacots y bolos... Mil bellas esculturas Y hasta los chirimbolos De igorrotes y aetas Y mandobles y cotas De ignorados atletas En regiones remotas, Y juventud allí rivalizaba... Y entre música y flores se libaba, En copa de abundancias, Amistad y elegancias.