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Estábamos estacionarios, y el hilo seguía sin embargo gastando nuestras vidas... Entonces nuestro suplicio era más espeluznante si cabe, porque chocaban dentro de nuestros organismos las espadas de dos principios contrarios, ¡el movimiento y el reposo! ¡la vida y la muerte!... El choque de esas espadas arrancaba a nuestros nervios chispas que eran rayos y centellas.

Sus ojos azules, dulces de ordinario, lanzaban centellas luminosas; su afilada y recta nariz, hinchada por la cólera, mostraba muy dilatadas las ventanillas; las cejas, frunciéndose en el centro, daban mayor majestad a su frente; la boca entreabierta dejaba ver unos dientes blancos, iguales y firmes, y sana frescura y vivo color de carmín en encías y lengua.

¿Lo oye usted, hombre inconvencible, lo oye usted?... Ya verá usted cómo nos hemos de acordar de Santa Bárbara después que caigan rayos y centellas... Pero escucha una cosa, Ricardo, ¿por qué no aprovecháis para la defensa de la Fábrica los últimos adelantos que se han hecho en la luz eléctrica? ¿Cómo?

Aceros afilados y agudos, aceros que despedían centellas eran las miradas de ambos. Parecían querer uno y otro penetrar con ellas hasta el alma. El juez y el comisario se vieron obligados a interponerse. ¡Diga usted de dónde viene su certidumbre! intimó el primero. ¡De todo, de todo!

El tren, rugiente, majestuoso y veloz, cruzó ante él, despidiendo la negra máquina centellas de fuego, semejantes a espíritus fantásticos danzando entre las tinieblas nocturnas. Pocos momentos después de que Miranda bajó a recoger su cartera, habíase abierto la puerta del departamento donde quedaba Lucía dormida, penetrando por ella un hombre.

¡A las armas! ¡A las armas! gritaban por todas partes . ¡Eh! ¡Por aquí! ¡Mil centellas! ¡Que vienen! Cinco o seis disparos se sucedieron, iluminando los cristales envueltos en la obscuridad. ¡A las armas! ¡A las armas! Nuevos disparos se oyeron. La gente iba de un lado a otro, corriendo. La voz de Hullin, seca, vibrante, sobresalía dando órdenes.

Entonces se dejaron ver los dioses mayores de aquel Olimpo, los cuales, como Júpiter en el de la Mitología, nunca aparecen sino entre rayos y centellas. ¡Peregrina misión la suya! Durante aquel período turbulento, ¡qué escenas presenció don Simón!, ¡qué refriegas!, ¡qué motines!, ¡qué escándalos!

Mi caballo era ligero Como la luz del lucero Que corre al amanecer; Cuando al galope partia Al instante se veia En los espacios perder. Sus ojos eran estrellas, Sus patas unas centellas, Que daban chispas y luz: Cuanto su ojo divisaba En su carrera alcanzaba, Fuese tigre ó avestruz.

Oye, Ratón Pérez le dijo , ya puedes comer cebolla hasta hartarte, que a don Federico le ha tentado el diablo y se casa con la Gaviota. ¿De veras? exclamó consternado el barbero. ¿Te asombras? Más me asombré yo; ¡sobre que hay gustos que merecen palos! ¡Mire usted, prendarse de esa descastada, que parece una culebra en pie, echando centellas por los ojos y veneno por la boca!

En vez de mostrar una actitud imponente que sobrecoja y atemorice el ánimo, en vez de rugir y echar centellas por los ojos, y sacudir las rejas de la jaula con el aparato del que quiere saltar fuera y devorar en un credo a todos los espectadores, se pasan la mayor parte del día en letargo vergonzoso, tirados en un rincón como objetos inanimados, sin que las excitaciones del respetable público logren hacerles menear siquiera la cola.