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El aldeano bajó la cabeza, volvió á cambiar de postura, y sin cesar de mirar al sombrero, continuó, al cabo de un rato y tartamudeando: Yo, señor, pa decirlo de una vez ... porque ello es justo, ¡canario!, justo como la ley de Dios, vengo á que usté me pague, ó á que nombre por su cuenta el tasador. El forastero dió un salto en la silla.

Cuando aquel párrafo se publicara, su nombre comenzaría a sonar tan recio como él deseaba; pero, una vez publicado, adquiría el compromiso de hablar, de hablar mucho, y de no hablar mal del todo. Así es que no pudo menos de decir al periodista: ¡Canario, canario!... Usted me favorece mucho; pero...

MERLÍN. Y ¿quién le da á usté vela pa este entierro? ALCALDE. ¡Canario!, que haya orden, ó hago una barbaridad. MERLÍN. Yo estoy aquí de hombre bueno, y puedo hablar lo que me la gana. SECRETARIO. Cuando á usted le toque, y en sentido pacífico.... MERLÍN. Que le digo á usté que se mete en camisa de once varas. SECRETARIO. Y yo repito que usted se extralimita.

Pero los indios de México jugaban al palo tan bien como el inglés más rubio, o el canario de más espaldas; y no era sólo el defenderse con él lo que sabían, sino jugar con el palo a equilibrios, como los que hacen ahora los japoneses y los moros kabilas. Y ya van cinco pueblos que han hecho lo mismo que los indios: los de Nueva Zelandia, los ingleses, los canarios, los japoneses y los moros.

Es sílfide ligera de fantásticos vuelos, virgen como sus selvas, azul como sus cielos, ciclón en los combates y céfiro en la paz. Tiene furias de trueno y trinos de canario. Oveja, más no teme al león sanguinario; paloma, más no huye del águila rapaz. Sabe pulsar la cítara con melodioso acento, lúgubre como un cisne, triste como un lamento si se siente morir.

Con esto y con su fértil aventurera imaginación, tiene bastante una hija de Granada para no estar nunca sola. El gato, la flor, el canario y la mujer..... ¡qué cuarteto! La Granadina es herbívora, vinífoba y gazpacháfaga. Es herbívora: esto es, se alimenta principalísimamente de vegetales cocidos, fritos, asados ó crudos.

Pero ¡canario! exclamó D. Juan; Marianito, ¿por qué no lo ha dicho usted, hombre? Entiendo muy bien, señor Cura, lo que usted quiere darme á entender con ese cuento, ó lo que sea; pero como ya á lo hecho pecho, quisiera saber si le parece á usted bien que fíe sólo mi justificación y defensa á la misericordia de Dios, procurando alcanzarla por la intercesión del glorioso San Isidro.

Reconoció al punto el jamelgo de Celesto. ¡Canario! ¿Qué habrá sucedido? ¡Si lo habrá matado! Y a toda prisa dio la vuelta y bajó hacia el sitio donde lo dejara. Celesto se encontraba en situación apuradísima.

¡Papá! decía suplicante y apenada. Oye a Pepillo.... Abrió una jaula, atrapó un canario y le ha quebrado las alas.... Le reprendo... y me contesta con Unos dichos y unas palabras.... ¡Perdónale, hija! respondía el padre. ¡Pobre niño!...

Bajó, pues, la santa, y encontró a su amiga un poco adusta, observando los cariñosos extremos de Jacinta con aquel canario de alcoba que estaba en su poder, como si se lo hubiera encontrado en la calle o se lo hubieran puesto en una cesta a la puerta de su casa.