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Actualizado: 22 de junio de 2025
He mirado tus ojos serenos, me be bañado en su luz tardecina, y he sentido vibrar alma adentro una voz misteriosa escondida... Fiel remedo de acordes lejanos, con arrullo de besos y brisas, con susurro de mansas corrientes, con acento de notas distintas, con la amarga profunda tristeza que evoca doliente la cítara lírica.
Mil ecos fragorosos Producen los aceros, Los potros ardorosos Relinchan altaneros, Y en masas apiñadas De sombras laureadas Se forma una legion. Descance con mi plectro Mi cítara de acero, Desfile cada espectro Con ademan severo, Al son de los clarines Que llenan los confines Con son atronador!
Tú me darás la cítara enlutada con las cuerdas que vibran la elegía, para endulzar de mi nación las penas y el ruído amortiguar de sus cadenas.
Y puedo decir con placer que esa nueva vida se abre ante tí con buenos auspicios, porque además de los sanos principios que te hemos inculcado, eres hábil y puedes bastarte á tí mismo haciéndote útil á otros. Dime qué has aprendido últimamente; ya sé que eres escultor de no mediano mérito y que pocos mancebos de tu edad te ganan á tocar la cítara y el rabel.
Entre vuestros compañeros, si aceptáis, veréis jóvenes de la mejor nobleza del reino. ¿Sois jinete? preguntó el barón. He cabalgado mucho en las posesiones de Belmonte. Sin embargo, tendremos en cuenta la diferencia entre la pacífica mula de los frailes y el caballo de batalla. ¿Sois músico? Sé cantar y toco la cítara, la flauta, el rabel.... ¡Bravo! ¿Y en heráldica? ¿Leéis blasón?
Si el cielo está sereno, mansa corre la fuente, su cítara invisible tañendo sin cesar; pero vienen las lluvias, e impetuoso torrente peñas y abismos salta, ronco, espumante, hirviente, y se arroja, rugiendo frenético, hacia el mar.
Y cuando en noche oscura se envuelva el cementerio Y solos sólo muertos queden velando allí, No turbes su reposo, no turbes el misterio Tal vez acordes oigas de citara ó salterio, Soy yo, querida Patria, yo que te canto á ti.
Heraldo de grandezas de la matrona ibérica, que pulsaste la cítara en la española América, y envuelto entre los pliegues de su argentino manto volcaste toda el ánfora de tu lirismo santo, la flor que aroma, clave que trina, el río en calma, como en el laberinto de sus dudas el alma, te brindará su encanto la paz de los cañales, desatará tu rima bajo espesos mangales, te pondrás en el cuello un collar de sampagas, la flor amada de las vírgenes dalagas... Verás, al fin, un breve Edén en el planeta que no pudo jamás soñar ningún poeta.
12 Al son de tamboril y cítara saltan, y se regocijan al son del órgano. 13 Gastan sus días en bien, y en un momento descienden a la sepultura. 14 Dicen pues a Dios: Apártate de nosotros, que no queremos el conocimiento de tus caminos. 18 Serán como la paja delante del viento, y como el tamo que arrebata el torbellino.
¡María Santísima! Todavía no me había yo enterado de lo bonita que soy. Donzellas tudas, invidia de ti tenier ellas... Hiciéronte manos Dios con regocijación. Loan ti ángeles con cítara. ¡San Antonio bendito!... Si quieres que te crea todas esas cosas, me has de hacer un favor: comer lo que te traigo. Después que tengas llena la barriga hablaremos, pues ahora no estás en tus cabales».
Palabra del Dia
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