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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Antes de pasar el Manzanares, oyó hacia aquellos collados y la pradera interpuesta entre el río y ellos, confuso, interminable y atronador murmullo de la muchedumbre, y dijo, lleno de piadosa emoción: ¡Ah, qué bien comprende el gran pueblo madrileño la incomparable dicha que goza de ser Madrid cuna de San Isidro, y sus campos teatro de los milagros del santo labrador! ¡He ahí á ese piadoso y gran pueblo orando en alta voz para glorificar al Santo y pedirle el remedio y el consuelo de los males de la patria!
Sonó una explosión inmensa, ensordecedora, y después se hizo un profundo silencio en la dulce serenidad de la tarde, como si el infinito del mar y el horizonte hubiesen absorbido hasta la última vibración del atronador desgarramiento. Pero el silencio fué corto.
Contento de proporcionar un rato de descanso a los muchachos que se encorvaban entre las cepas, ladera abajo, levantando y abatiendo sus azadas pesadísimas, avanzaba con cómica rigidez hasta el parapeto de la explanada, prorrumpiendo en un grito prolongado y atronador: ¡Eeeechen tabacooo!...
De tal manera que al cabo de algún tiempo varios dignísimos vecinos, de oficio pescadores, pidieron a gritos que se presentase D. Gaspar a la ventana para tributarle los honores merecidos. El gran poeta no tuvo más remedio que ceder a esta exigencia de la multitud, que le recibió con palmoteo atronador y fuertes vivas.
Terminados el sermón y la misa, el relator leyó el juramento del pueblo, y Ramiro unió su voz al ¡sí, juro! brusco y atronador, proferido a la vez por toda la multitud, y que, al decir de los campesinos, se escuchaba a más de una legua a la redonda.
Ellas fueron también las que impidieron con ruido atronador que Saleta pudiese afirmar, como afirmó después que se vieron lejos, que estando a orillas del Yumurí cierta tarde, había tenido la suerte de matar de una pedrada un cocodrilo.
Aquellas provincias con su privilegiado suelo y su hermosísimo cielo, con su verano constante y sus escasas necesidades, dormían sin que el atronador ruido de cercanas civilizaciones las despertaran en los largos siglos en que han permanecido estacionadas.
Ana, apoyada la cabeza en las sobadas almohadillas de aquel coche viejo, cerraba los ojos, fingía dormir y escuchaba el ruido atronador y confuso de vidrios, hierro y madera de la diligencia desvencijada, y se le antojaba oír en aquel estrépito los últimos gritos de la despedida.
Aquel espectáculo asustaba más que divertía, pero tenía tan invencible atractivo que todas las miradas quedaban fijas en los derviches sin poder apartarse de ellos. Atronador era el sonido de las kernas, trompetas enormes de más de dos metros de longitud, en figura de serpientes y enroscadas en giro tortuoso.
Unos yacían amontonados; otros seguían bebiendo y cantando con voces roncas y destempladas; los había en estado de verdadero delirio, que se peleaban como fieras, dándose furiosos puñetazos en las peladas cabezas, mientras que otros, que no habían perdido del todo los sentidos, se entregaban al juego en medio de atronador vocerío.
Palabra del Dia
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