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Si permanecía muda y con aquellos ojos que infundían espanto, era porque las almas en pena no pueden mirar de distinto modo. Afirmado en esta creencia, no experimentó sorpresa alguna cuando, en la noche siguiente, al regresar ebrio de su cafetín, tropezó con la enlutada y su niño cerca de la casa. Por segunda vez se quitó el sombrero, gangueando sus palabras con una amabilidad de borracho.

El carruaje, cómodo y anticuado, llevaba en las portezuelas corona condal; el cochero y el lacayo, como haciendo juego con el portero, tenían facha de cantores de iglesia, y la dama, siempre enlutada, con trazas de poco limpia y gesto uraño, semejaba una sacristía hecha mujer.

No le disputeis eso, no disputeis con él para persuadirle de que sus ojos no deben ver, de que su sangre se debe helar, de que sus sienes no deben latir; para persuadirle de que esa creacion cuyas maravillas arrancan una fervorosa y sublime plegaria de su boca trémula, debe desaparecer en un instante ante la aparicion enlutada de un ataud.

Sobre el puente de entrada, al pié de una de las enormes ruedas del vapor, estaba el cadáver en su ataúd, cubierto con la bandera británica enlutada, y desde allí hasta el interior se prolongaban dos filas dobles de oficiales y marineros, escuchando con recogimiento los salmos y las oraciones severas del oficio de difuntos.

A la puerta, una pobre enlutada, con el hijo encogido en el seno, me extendió su mano transparente. No hallando una sola pieza de cobre entre mis bolsillos cargados de oro, la rechazé con impaciencia, y con el sombrero echado sobre los ojos, me metí entre la turba.

Cubre la noche el campo, cesa el combate: el cadáver de D. Pedro, colocado en una mula enlutada, pasa por Baena con direccion á Córdoba en medio de su escuadron que le tributa lágrimas y lamentos. El cadáver de D. Juan quedó en poder de los infieles; pero el rey de Granada lo envió á su hijo con acompañamiento de luces y lutos, y fué llevado á enterrar á Burgos.

Allí iba la Regenta, a la derecha de Vinagre, un paso más adelante, a los pies de la Virgen enlutada, detrás de la urna de Jesús muerto. También Ana parecía de madera pintada; su palidez era como un barniz. Sus ojos no veían. A cada paso creía caer sin sentido.

Pronto divisé un grupo de niñas de su misma edad que se aproximaba; en el centro venía una completamente enlutada, morenita, con grandes ojos negros y profundos que debía de ser la causante de los temores de Asunción. Luisa se levantó a recibirlas y echó una carrerita para cambiar con ellas buena partida de besos cuyo rumor llegó hasta mis oídos. Asunción no se movió.

Languidecer de sedas y plumajes, en un vuelo de ciega golondrina, fué su marcha, de muerta y peregrina, hacia un sueño de místicos paisajes. Envanecidos sus gloriosos velos, cayó la noche tras su blanca sombra, con un dolor de exhaustos terciopelos; Y desde entonces inconsciente y mudo busca mi labio en la enlutada alfombra el tibio rastro de su pié desnudo... Octubre, 1921.

Sus compañeros de alojamiento toleraban que continuase entre ellos, con la esperanza de que partiría de un momento á otro. Transcurrió el tiempo sin que volvieran á presentarse la enlutada con el niño, ni la viuda con el farol. Ovejero bebía y su embriaguez no se poblaba de visiones. Pero una noche dió un alarido de hombre asesinado que despertó á sus camaradas.