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Cuando el general vio el nacimiento, faltó poco para que cogiese un rabel: si no lo hizo fue porque no quedara mal parado el principio de autoridad. A la tarde siguiente, Pepito salió de paseo con su madre. Cuando volvían oyó llorar en el patio a uno de los chicos del portero y preguntó la causa.

Y puedo decir con placer que esa nueva vida se abre ante con buenos auspicios, porque además de los sanos principios que te hemos inculcado, eres hábil y puedes bastarte á mismo haciéndote útil á otros. Dime qué has aprendido últimamente; ya que eres escultor de no mediano mérito y que pocos mancebos de tu edad te ganan á tocar la cítara y el rabel.

Pero, al acercarse a una puerta, su oído comenzó a escuchar un acompañamiento de rabel y una voz juvenil y melodiosa. Despegó azoradamente los labios. ¡Su hija! De estancia en estancia fuese acercando a la alcoba. La puerta mal cerrada dejaba una abertura, pero don Alonso no pudo ver sino a la dueña que, sentada sobre un almohadón, seguía el compás con la cabeza, entrecerrando los ojos.

Más tardó en hablar don Quijote que en acabarse la cena; al fin de la cual, uno de los cabreros dijo: -Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caballero andante, que le agasajamos con prompta y buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel, que no hay más que desear.

Mi padre estuvo en una gran batalla en la mar. Mire vuesa merced al alférez que ha peleado mucho, pero mucho, y agora viene a danzar con nosotros, como si tal... Así quisiera ver a vuesa merced y aún mejor. ¿Tanto admiráis al alférez? Es harto gracioso y valiente. Tres doncellas y dos mancebos tañían ahora vihuelas de arco, un rabel y un clavicordio. Era una música que se entraba en las almas.

El uno tocaba el pífano y el otro el rabel, entrambos de afición; pero ¡qué tocar!... Yo también era aficionadillo á la música, y punteaba en la guitarra un baile estirio y dos minuetes.

Apenas había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son del rabel, y de allí a poco llegó el que le tañía, que era un mozo de hasta veinte y dos años, de muy buena gracia.

Entre vuestros compañeros, si aceptáis, veréis jóvenes de la mejor nobleza del reino. ¿Sois jinete? preguntó el barón. He cabalgado mucho en las posesiones de Belmonte. Sin embargo, tendremos en cuenta la diferencia entre la pacífica mula de los frailes y el caballo de batalla. ¿Sois músico? cantar y toco la cítara, la flauta, el rabel.... ¡Bravo! ¿Y en heráldica? ¿Leéis blasón?

Y, sin hacerse más de rogar, se sentó en el tronco de una desmochada encina, y, templando su rabel, de allí a poco, con muy buena gracia, comenzó a cantar, diciendo desta manera: Antonio -Yo , Olalla, que me adoras, puesto que no me lo has dicho ni aun con los ojos siquiera, mudas lenguas de amoríos.

Oyose una risa tenue como un céfiro. Fue a caminar en opuesto sentido, y una jícara que había rodado sobre el tapiz crujió bajo su pie como una nuez aplastada. Alguien hizo sonar por mofa la cuerda de un rabel. La risa aumentó.