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Catalina, verdugo sin consejo, Ingrata á tanto bien como tenia, Habiendo muerto el padre, como viejo, Con el marido á veces mal se habia. Matarle determina: el aparejo En un mozuelo halla, á quien quería En un supremo grado; de tal suerte, Que á todos tres causó su querer, muerte.

Quedaos aquí, sin cometer faltas. El mejor día volverá este joven, y os examinará, y ya veremos, ya veremos cuáles son vuestros adelantos en la hermosa lengua latina. Don Román levantó la cabeza y agregó: , Pancho Martínez.... Un mozuelo trigueño, vivaracho, de simpático aspecto, salió al frente. Mientras el niño acudía al llamado de su maestro eché una ojeada por el salón.

Aquel personaje tendido sobre su sarcófago con la severa toga del que juzga a sus semejantes no siempre había sido ceñudo y austero, como lo mostraba el escultor. Alguna vez el hombre vencería al personaje, y recatándose como un mozuelo, dando al diablo su gesto imponente, habría buscado un rayo de felicidad en misteriosos rincones, lejos de la familia, abominando de su moral avinagrada y áspera.

D. Diego? dijo Santorcaz. Estoy entusiasmado replicó el mozuelo , y deseo que nos manden cargar sobre las filas francesas. ¡Y mi señora madre empeñada en que conservara yo aquella espada vieja sin filo ni punta...! ¿Está usía sereno? le preguntó Marijuán.

Allí estarían ya, dejando escapar las suyas, recientemente adquiridas, el mozuelo imberbe, más cargado de vicios que de años, y el viejo disipado centelleando lascivias y torpezas por sus ojuelos lacrimosos, y mascullando obscenidades entre los pedruscos de su dentadura postiza.

¡Tío Roque! grita un mozuelo con el pelo muy atusado, ¡la mi Gallarda trae el campano del lugar! ... y aquí viene la primera de toas ... ¡y cómo le menea! ¡Anda, pa que uno se fíe de lo que no ve!... ¡Y corrían voces de que en el puerto se le habían puesto á la Corva de tío Perico Mijotes!... ¡Cristo, qué hermosísima está!

Creía oír aún los gemidos del mozuelo pataleando en la cubierta: «¡Yo no quiero morir! ¡Yo quiero ir a Buenos Aires!...». El vagabundo de los puertos tenía la misma ilusión que él y casi todos los que habitaban las cubiertas superiores. Dormitando entre los fardos y barricas de un muelle, había visto también a la diosa alada y sin cabeza; había sentido la caricia de la esperanza.

Sólo habían transcurrido unos minutos, y se preguntaba con extrañeza si era él mismo el que danzaba abajo, enloquecido por el perfume de una señora a la que sólo conocía desde unas horas antes, balbuceando como un mozuelo atrevidas proposiciones. ¡Ah, miserable sin voluntad!... Abandonaba con rudo tirón su vida anterior, marchaba aventuradamente al otro hemisferio, todo por una mujer, y a las primeras jornadas, cuando aún brillaban sobre sus cabezas las mismas estrellas, arrastrábase con súplicas viles ante una desconocida a impulsos de un deseo fulminante que hacía reír.

¡Qué veo! exclamó D. Paco con súbita exaltación . ¿No es aquel mozalbete el propio D. Diego; no es mi niño querido, la joya de la casa, la antorcha de los Rumblares?... ¡Eh... D. Dieguito, aquí estamos..., venid acá! En efecto; cuando estuvimos cerca, no nos quedó duda de que el mozuelo bailarín era D. Diego en persona. Nos vió, y al punto vino corriendo para abrazarnos a todos con mucha alegría.

Suenan gorjeos y suenan campanas. Desde la ciudad, carretera arriba, marcha un hombre gordo, bermejo y sudoroso, que luce, en el sol mañanero, una perilla de plata mate, como de aluminio. Síguenle otro hombre y un mozuelo, entrambos de blusón blanco, con sendas banastas sobre la testa.