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Actualizado: 4 de septiembre de 2024


A veces era tan fino el tapiz de yerba menuda entre brezales rastreros y apretados, que resbalaban sobre él los caballos con mayor frecuencia que sobre los pedruscos y lastrales del camino andado por la finde del valle; pero como había espacio abundante y desembarazado en todas direcciones, aprovechaba yo bien estas ventajas para cuartear a mi gusto la subida e ir ganando la altura por donde mejor me pareciera.

Había que buscar otra salida, y sus ojos fueron a la ventana, abriéndola luego para asomarse a ella. Con una agilidad simiesca, riendo de su descubrimiento, saltó sobre el alféizar y empezó a descender por el muro, buscando con pies y manos las desigualdades de la mampostería, los alvéolos profundos como peldaños que habían dejado los pedruscos al rodar desprendidos de la argamasa.

Esta en la cumbre se hallaba desnuda de vegetación, erizada en cambio de pedruscos de formas caprichosas que le daban aspecto de un montón de ruinas. Necesitábase estar muy cerca de ella para no equivocarse. Cuando la dama hubo satisfecho su capricho, dieron la vuelta al parque para entrar por la puerta contraria. Por aquella parte ya se veían algunos grupos de personas.

Tenían padres o maridos que trabajasen por el sostenimiento de la familia; y si no había chambos, si el «trato» de las caballerías se paralizaba, daban vuelta de llave a su estómago y sufrían el hambre en silencio, sentadas junto a los pedruscos fríos del hogar, con las faldas esparcidas en torno de ellas como hongos enormes, taciturnas y dispuestas a morir sin moverse del sitio.

La puerta principal tenia doscientos y veinte piés de alto, y ciento de ancho, y no es dable decir de qué materia era; mas bien se echa de ver quan portentosas ventajas sacaria á los pedruscos y la arena que llamamos nosotros oro y piedras preciosas.

A un extremo de la gigantesca excavación la montaña se había venido abajo, formando una cascada inmóvil de ondas de tierra y enormes pedruscos. El médico recordaba la catástrofe ocurrida cuatro años antes. La cantera se había derrumbado, cogiendo en su caída á una cuadrilla de obreros que trabajaba en su base.

A la izquierda del camino, antes de la muralla, había hace años un caserío viejo, medio derruído, con el tejado terrero lleno de pedruscos y la piedra arenisca de sus paredes desgastada por la acción de la humedad y del aire.

Pues bien: por este paso, que se llama la Casa Blanca, los valientes muchachos se corrieron desde las Peñuelas a la Arganzuela, lugar que ni hecho de encargo fuera mejor para descalabrarse a toda satisfacción. ¡Zas, zas!, iban y venían los pedruscos del campo del Majito al campo de Zarapicos y viceversa.

Estos callejones oliendo a polvo y a miseria secular, con su pavimento de islas de pedruscos y mares tortuosos de fango líquido, daban al Rastro gran semejanza con las avenidas angostas y sombrías de un zoco moruno. En la plaza vieron a los vendedores más míseros, con sus puestos de objetos rotos, de una utilidad desconocida.

Ya distinguía la fila de pedruscos semejante á las ruinas de una pared. Después vió el montón que formaba la tumba y los dos maderos en cruz. Empezaba á soplar de nuevo el huracán cuando llegó ante el rústico mausoleo del desierto. Pero el gaucho parecía insensible á las ferocidades de la atmósfera y de la tierra.

Palabra del Dia

jediael

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