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Actualizado: 4 de junio de 2025
Yo le enseñé la química... pronto se aficionó a los pedruscos, y antes de entrar en la escuela, ya salía al campo de San Isidro a recoger guijarros.... Yo seguía adelante en mi navegación por entre olas y huracanes.... Cada día era más médico.
Murmuraba el río batiendo los cristales de sus aguas contra los pedruscos que interceptaban el camino; reían las fuentes discretamente bajo su emparrado de avellanos; saltaban los chotos en la pradera de esmeralda; las altas montañas se desembarazaban majestuosamente de su cendal y exponían la blanca cabeza al sol para que la derritiese.
El Mosco notaba el jadear de sus compañeros, la fatiga que sentían en las cuestas obscuras, cuyos pedruscos sueltos rodaban bajo sus pies. ¡Animo! les decía . Ya me lo esperaba yo: sois de ciudad y no estáis acostumbrados a andar. ¡Pero si esto es un paseo!... Atravesaron el arenoso lecho de dos torrentes secos.
Los había visto mucho más grandes en las pescas de alta mar; pero con un encogimiento imaginativo, suponía que la lámina azul del estanque era toda la masa del Océano, los pedruscos del fondo montañas submarinas, y él, aplastando su personalidad, se hacía del tamaño de las pequeñas víctimas que bajaban hasta los tentáculos devoradores.
De los caídos nadie se cuidó. Unos pedían agua, otros murmuraban nombres de mujeres; pero sus gritos fueron acallados por el rápido pisar de los que huían, brincando entre las matas y removiendo pedruscos que bajaban rodando hasta el barranco.
Como únicos rastros de su existencia quedaban los nuraghs de Cerdeña y los talayòts de las Baleares, mesas gigantescas formadas con bloques, altares bárbaros de pedruscos enormes, que recordaban los menhires y los dólmenes celtas de las costas bretonas. Estos pueblos obscuros habían pasado, de isla en isla, desde el fondo del Mediterráneo hasta el estrecho, que es su puerta.
Así andaba la patria. Más adelante se ha visto que podía encontrarse mucho peor. Amparo quedó algo abatida desde el memorable día del pronunciamiento. Había hecho tal gasto de energía y de fuerza muscular removiendo los pedruscos de la calzada, y tal dispendio de laringe, espoleando a las remisas y vacilantes, que por algún tiempo no quedó de provecho para cosa alguna.
Al remover los pedruscos se encontraron varios cadáveres: hombres desfigurados, con las piernas rotas y el cráneo aplastado; un pinche casi intacto, con la cara sonriente, conservando aún en su mano un tanque de agua. Eran los que se hallaban fuera del socavón en el instante del desprendimiento.
Todo es aquí pedruscos y tierra sin vegetación, teñida por el óxido de hierro.... Sin duda estoy en las minas... pero ni alma viviente, ni chimeneas humeantes, ni ruido, ni un tren que murmure a lo lejos, ni siquiera un perro que ladre.... ¿Qué haré?, hay por aquí una vereda que vuelve a subir. ¿Seguirela? ¿Desandaré lo andado?... ¡Retroceder! ¡Qué absurdo!
De una iglesia que tuvo los techos pintados, y dorados de oro fino de lo más viejo de América los capiteles de los pilares, quedaba en pie, como una concha clavada en tierra por el borde, el fondo del altar mayor, cobijado por una media bóveda: un bosquecillo había crecido al amor del altar; la pared interior, cubierta de musgo, le daba desde lejos apariencia de cueva formidable; y era cosa común y sumamente grata ver salir de entre los pedruscos florecidos, al menor ruido de gente o de carruajes, una bandada de palomas.
Palabra del Dia
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