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No era para menos. ¡Un pronunciamiento de veras, que derrocaba la dinastía! Por fin el país había hecho una hombrada, o se la daban hecha: mejor que mejor para un pueblo meridional. De todo se encargaban marina, ejército, progresistas y unionistas.

Se está redactando las pragmáticas, que establecerán el orden en las discusiones. No tuvo resultado el pronunciamiento, por gastar el tiempo los conjurados en estériles debates y luchas de amor propio, en vez de congregarse para combatir al enemigo común; así es que concluyó aquello como el Rosario de la Aurora.

Así andaba la patria. Más adelante se ha visto que podía encontrarse mucho peor. Amparo quedó algo abatida desde el memorable día del pronunciamiento. Había hecho tal gasto de energía y de fuerza muscular removiendo los pedruscos de la calzada, y tal dispendio de laringe, espoleando a las remisas y vacilantes, que por algún tiempo no quedó de provecho para cosa alguna.

Su única pena al abandonar la corte fué el no haber podido encontrar en ella a su general, que, sin duda, se hubiera alegrado al conocer la rápida transformación ocurrida últimamente en la fortuna del humilde asistente; pero Su Excelencia había andado aquella vez más torpe que de costumbre en el pronunciamiento que fraguaba para adquirir honradamente el segundo entorchado; sorprendióle el Gobierno, y le desterró a Filipinas, pocos días antes de llegar Simón a Madrid.

El galán, a quien abonaban no sólo particulares prendas sino también nobilísimo abolengo, habló a su jefe, y con toda solemnidad pidió la mano de la señorita. Todo se arregló a maravilla; disponíase ya la boda cuando estalló en el Interior un pronunciamiento. El regimiento tuvo que salir de Pluviosilla, y el matrimonio quedó aplazado. De todo esto nada se sabía en la ciudad.

En aquel año ocurrieron sucesos y lances muy notables, como el sitio de Bilbao, la muerte de Concha, y por fin, el pronunciamiento de Sagunto. Raro era el día que no echaban los periódicos un extraordinario anunciando batallas, desembarcos de armas, movimientos de tropas, cambios de generales y otras cosas que por lo común daban pie a inacabables comentarios.

No fué culpa nuestra que Fernando VII, el Deseado, diese al traste con todas esas libertades, no bien volvió á España en 1814. Renacieron dichas libertades en 1820, en virtud, por desgracia, de un motín militar, que puede considerarse como el pronunciamiento inicial en la larga serie de pronunciamientos que después ha habido.

No fué sólo entonces la Alameda teatro de escenas semejantes, pues éstas se repitieron en aquellos años de pronunciamiento y motines, llegando, como en 1861 y 1873, á tomar los sucesos verdadera importancia.

El armisticio, firmado hacia cosa de dos meses, fué roto por el pronunciamiento de Maracaibo en favor de la independencia el 28 de Enero y por la ocupacion que las tropas de Urdaneta hicieron de esta plaza.

Este regalo había puesto frenéticos lo mismo a Enrique que al Gran Arquitecto, los cuales venían ya muy agriados por las preferencias injustificadas de su señor padre; así que tan pronto como tuvieron noticia de la injuria que se les hacía, armaron un formidable pronunciamiento, que, por fortuna, hubo de sofocarse pronto, gracias a una ballena larga y bastantemente gruesa que doña Martina poseía para los casos difíciles.