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Como únicos rastros de su existencia quedaban los nuraghs de Cerdeña y los talayòts de las Baleares, mesas gigantescas formadas con bloques, altares bárbaros de pedruscos enormes, que recordaban los menhires y los dólmenes celtas de las costas bretonas. Estos pueblos obscuros habían pasado, de isla en isla, desde el fondo del Mediterráneo hasta el estrecho, que es su puerta.

Y á pesar de las libertades é inconveniencias de su conducta, nadie ponía en duda su virginidad. Saldaña pensó al verla en una náyade septentrional surgiendo de un río verde en el que flotasen bloques de hielo.

Por la Porta di Mare subieron á las murallas, baluartes de gruesos bloques calcáreos que aún se mantenían de pie en una extensión de cinco kilómetros. El mar, visible desde las tierras bajas como una estrecha faja azul, se mostró ahora inmenso y luminoso; un mar solitario, sin un penacho de humo, sin una vela, entregado por completo á las gaviotas.

Ferragut avanzó por una calle solitaria, entre dos filas de árboles de fresco trasplante, que empezaban á dar su primer estirón. Miraba las fachadas de las «torres», hechas de bloques de cemento imitando la piedra de las viejas fortalezas, ó con azulejos que representaban paisajes de ensueño, flores absurdas, ninfas azuladas. Al descender del tranvía había adoptado una resolución.

El espesor de la capa es variable, alcanzando hasta 10 metros. La alteracion en la posicion primitiva de los terrenos fosilíferos, ha sido sin duda posterior al depósito de estos bloques, porque se les encuentra en los faldeos de las capas inclinadas, diseminados y en ningun caso en posicion vertical, en las cimas.

A un tiro de fusil de la base de este promontorio se elevaba una cadena de enormes bloques de granito que formaban, avanzándose hacia el mar, los bordes escarpados de un estrecho canal que serpenteaba entre ellos y el pie de la montaña y no tenía más salida que a través de los rompientes más peligrosos.

Para acortar distancia, desde luego, evitando la polvorienta curva del camino, marchó en línea recta a su chacra. Llegó al riacho y se internó en el pajonal, el diluviano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado, retoñado desde que hay paja en el mundo, sin conocer fuego. Las matas, arqueadas en bóveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques macizos.

Los bloques de piedra habían sido cortados en grandes exágonos regulares, y formaban, incrustados unos en otros, un mosaico uniforme, marcándose cada pieza por su reborde de cemento.

Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense.

Las gallinas, con las alas en tierra, jadeaban tendidas a la triple sombra de los bananos, la glorieta y la enredadera de flor roja, sin atreverse a dar un paso sobre la arena abrasada, y bajo un sol que mataba instantáneamente a las hormigas rubias. Alrededor, cuanto abarcaba los ojos del fox-terrier, los bloques de hierro, el pedregullo volcánico, el monte mismo, danzaba, mareado de calor.