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Tales son, en primer término, una división de discursos, extraña y demasiado artística entre los diversos interlocutores, con arreglo á la cual se interrumpen las frases de los que hablan, y después de la interrupción prosiguen otra vez ó se confunden en un solo unísono . De esta manera se entrelazan á veces dos monólogos, de tal suerte, que cada uno de los interlocutores habla consigo mismo, y, sin embargo, concuerdan entre las palabras de ambos.

Por la parte de la brecha, que el tiempo ha abierto al circo, parecia que los cipreses adornaban el horizonte y solo estaban a la distancia de un tiro; en estos mismos lugares, que fueron la morada de los Cesares, y que en el dia estan habitados por los pajaros nocturnos que hacen oir sus cantos aciagos, se elevan sobre las murallas demolidas los arboles cuyas raices se entrelazan bajo el domicilio imperial, y la hiedra rastrera se apodera del terreno destinado a criar el laurel; pero el circo sangriento de los gladiadores, ruina noble e imponente, esta todavia de pie, mientras que los palacios de marmol de Cesar y de Augusto no presentan sobre la tierra sino escombros ignorados.

Desde el cielo sagrado, ningún rayo desciende en la negra noche de esa ciudad; pero un resplandor reflejado por la lívida mar, invade las torres, brilla silenciosamente sobre las almenas, a lo hondo y a lo largo, sobre las cúpulas, sobre las cimas, sobre los palacios reales, sobre los templos, sobre las murallas babilónicas, sobre la soledad sombría y desde largo tiempo abandonada, de los macizos de hiedra esculpida y de flores de piedra sobre tanto y tanto templo maravilloso en cuyos frisos contorneados se entrelazan claveles, violetas y viñas.

Para acortar distancia, desde luego, evitando la polvorienta curva del camino, marchó en línea recta a su chacra. Llegó al riacho y se internó en el pajonal, el diluviano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado, retoñado desde que hay paja en el mundo, sin conocer fuego. Las matas, arqueadas en bóveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques macizos.

Por eso, también, mi padre dudaba de mi felicidad. ¿Dudo yo también ahora? »Las nubes avanzan sobre las cimas de los montes, toman formas caprichosas, se entrelazan como cintas, se extienden como velos: un lado del lago ha desaparecido detrás de ellas, las aguas no tienen ya límite, forman como un golfo abierto en un océano misterioso. Todavía oigo su voz. Soy feliz... »Soy feliz.

El bosque de Illowo está dividido por una pequeña corriente de agua, cuyas orillas se hallan tan cerca la una de la otra, que las ramas de los álamos que las pueblan a cada lado, se entrelazan y forman por encima del espejo obscuro de las aguas una alta bóveda de verdura que, a cada desvío del riachuelo, termina en un muro de follaje, para volver a formarse inmediatamente después.

Sobreviene de pronto un choque formidable, un grito, uno solo, una gritería inmensa, brazos tendidos, manos que se entrelazan, ojos extraviados en los que se refleja con la rapidez del relámpago la trágica visión de la muerte... ¡Misericordia! Toda la noche la pasé lo mismo: soñando, evocando, a los diez años del suceso, el alma del pobre buque cuyos restos me circundaban.

Por detrás, una curva de la desembocadura le oculta el arroyo y los verdes prados que riega; por delante, el horizonte se limita bruscamente por una serie de gradas que el agua salta en pequeñas cascadas después de la lluvia; por encima, las branchas de árboles que bordean las riberas se curvan y entrelazan formando bóveda, y los ruidos de fuera no penetran en este salvaje cauce casi subterráneo.

La marcha era lenta, porque no podíamos desprender nuestras miradas de la vegetación soberana que se levantaba, como una sinfonía poderosa, en la falda de la montaña. ¿Qué árboles eran aquellos? ¿Qué nombres llevan en la clasificación de Linneo esas infinitas fibrillas que entrelazan sus troncos, defendiéndolos del sol y conservándoles una atmósfera de eterna fescura? ¿Cómo nombrar esas mil flores, ostentando los colores del iris, que se inclina sobre la senda estrecha y mecen sus racimos sobre la frente del viajero?

En medio del patio se alza sobre la hierba un palomar artísticamente construido, que recuerda los chalets de la Suiza. Delante de la vivienda sube un emparrado nuevo, cubierto de pámpanos, que se entrelazan alrededor de las ventanas, brillando al sol, y que prometen un abundante follaje. El molino aparece a sus ojos deslumbrados como un asilo donde reina la paz y la inocencia.