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No habría llegado aún Francisco Montiño al puente de Segovia, cuando su mujer, que había despedido á su hijastra para irse á dormir, se encerró en su dormitorio, se dirigió á una ventana, que parecía clavada, sacó con suma facilidad dos de los clavos, que sólo servían de una manera aparente, abrió, y tomando un papel, al que hizo tres agujeros, envolvió en él un pedazo de pan, sin duda para dar al papel peso, y se puso á cantar, teniendo fijos los ojos en una ventana cercana de una torre que por aquella parte del alcázar estaba contigua á las habitaciones del cocinero mayor.

Alguna vez me había dicho, con sonrisa forzada: ¡Hombre, qué íntimos se han hecho usted y el duque en pocos días! Yo alzaba los hombros con indiferencia y me reía de aquella amistad, que suponía debida exclusivamente al carácter infantil del duque. Trataba en lo posible de no herir la susceptibilidad del comandante, pues bien se me representaba que el pobre tenía una espina clavada en el corazón.

..., ¿para qué? repetía desde su silla con voz de sepulcro doña Ramona, que, si ya no se llamara la Esfinge, hubiera habido que llamárselo desde entonces, al verla tiesa, pálida, inmóvil y misteriosa, clavada en su asiento como escultura egipcia en su pedestal.

De modo que, lo que decía confidencialmente D.ª Carolina a la señora Rafaela: Hija, estos muchachos no me dejan tiempo para arreglar mi casa ni para vigilar la cocina; no puedo cepillar la ropa a Pantaleón, no puedo escribir una carta, no puedo hacer una visita. ¡Siempre clavada a la silla en el gabinete! Luego, si Presentación me ayudase un poco a soportar la carga; pero ¡que si quieres!

Hacia una de éstas algo mejor que las otras avanzó rápidamente; pero antes de llegar á ella escuchó un canto que la dejó repentinamente clavada al suelo. Era Velázquez que entonaba una seguidilla gitana. Quedó inmóvil y pálida.

Sombrero blanco de alas estrechísimas, americana que parecía hecha de tela de jergón, camisa amarilla, guantes de color lila, y en vez de corbata un pañuelo blanco en forma de chalina, con una gruesa perla clavada. ¡Precioso, precioso! dijo al contemplar aquel pintoresco cuadro, levantando con trabajo los párpados.

Clavada está en un palo su cabeza Cual pendon que concita á la venganza, Como faro que alienta la esperanza Para un tiempo de paz y libertad; Que si hoy como trofeo al despotismo Se mira torpemente escarnecida, Un dia llegará en que bendecida La circunde aureola celestial.

Los contempló desde lejos al través del follaje. La emoción la dejó clavada al suelo algunos instantes. Por encima del sentimiento de dolor y de ira que la embargaba asomó su cabeza el orgullo de mujer. Después de examinar con ojos ansiosos la figura de Amalia no pudo menos de murmurar con amargura: ¿De qué se habrá enamorado ese hombre? ¡Si es una gata disecada! Después pensó: ¿Qué se dirán?

La muerte del pequeño se había transmitido rápidamente por todo el contorno, gracias á la extraña velocidad con que circulan en la huerta las noticias, saltando de barraca en barraca en alas del chismorreo, el más rápido de los telégrafos. Aquella noche, muchos durmieron mal. Parecía que el pequeñín, al irse del mundo, hubiese dejado clavada una espina en la conciencia de los vecinos.

Clementina quedó petrificada, lívida, mirándoles con ojos donde se pintaba más el espanto que la cólera. Hubo un instante en que estuvo a punto de perder el sentido, en que todo comenzó a dar vueltas en torno suyo. Pero su orgullo hizo un esfuerzo supremo y permaneció clavada al suelo, inmóvil como una estatua de yeso, y tan blanca.